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Si no eres Werner Herzog o Coppola ni llevas en la mochila bombas de relojería marca Kinski o Brando, entonces puede que un rodaje en la selva no sea del todo una mala idea. Puede que nadie salga herido. Puede, incluso, que alguien termine ganando algo de dinero o, como mínimo, que el asunto no derive en bancarrota general. Ser un fracaso nivel Waterworld (Kevin Reynolds, 1995) y no una debacle de proporciones ciminescas. Porque, recordemos: esto es la jungla. La jungla de Belice. (seguir leyendo)