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De madre poeta y activista, Licenciada en Historia del Arte, fotógrafa, Lara Alcázar llegó al mundo en El Entrego (Asturias) en los albores de los fastos del 92. Su conciencia feminista se fue gestando entre su propia casa y los movimientos estudiantiles. Pasada la veintena, tomó la antorcha de Femen para poner en el mapa ibérico a una organización que trataba de tomar los cielos al asalto, sin armas pero con poderosas consignas pintadas en los cuerpos semidesnudos de sus integrantes o gritadas directamente a la cara de los poderosos. Seis años después, con decenas de “acciones de choque” a las espaldas de ella y de sus compañeras, y también alguna que otra visita a los juzgados, la lucha no para. No hasta que la discriminación y el abuso sean cosa de nuestros abuelos, o hasta que los #MeToo ya no sean necesarios.

 ¿La sociedad, en general, teme al feminismo?

En general, los grupos privilegiados -a nivel de clase, raza, y género- temen al feminismo en tanto que supone cambios transversales que buscan la igualdad total. Esto dejaría a los hombres sin privilegios frente a las mujeres, a los heterosexuales sin hegemonía sexual frente al colectivo LGTBI… El feminismo es el futuro. No queda otra si queremos progresar de verdad. 

¿En Femen os preocupa que, a fuerza de repetir cierto tipo de acciones, se pueda perder el efecto sorpresa?

Nunca nos ha preocupado en exceso que nuestra técnica, el “sextremismo”, fuese a perder eficacia a corto plazo. Somos personas utópicas, pero no por ello dejamos de ser realistas. El cuerpo de las mujeres sigue siendo molesto cuando aparece politizado y sin permiso en un espacio público ocupado por el poder masculino. Además, nuestras acciones se han ido complicando más a lo largo del tiempo, a nivel táctico y discursivo. Es parte de la madurez de un movimiento político, pero sobre todo activista. 

Pero incluso a movimientos tan difíciles de deslegitimar, como #MeToo, se los intenta deslegitimar.

Porque existe la cultura de la violación, creada por el patriarcado para restar veracidad a cualquier mujer que se atreva a acusar a un hombre de ser violento, de cualquier forma, con ella. La cultura de la violación enseña a los hombres que no es sí, y que no decir nada es sí. Enseña que aunque una mujer diga que no, hay que insistir, incluso obligarla, incluso violarla. 

Todo es política. Femen también. ¿Te seduce hacer política por los cauces ordinarios?

Me seduce menos que un disco de Bertín Osborne. A mí me gusta hacer política desde la controversia, desde la independencia que te otorga estar en la trinchera, en la calle. Mantenerse fiel al inconformismo pasa por no entrar dentro del aparato institucional tal y como se articula hoy en día.  Al final, un partido tiene sus normas, y a mí lo de seguir las normas de alguien no me va mucho.