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Estás en un concurso de televisión. Eres el más listo de la clase y has superado a todos tus contrincantes. Entre fanfarrias y deslumbrantes juegos de luces te muestran el dilema final; lo que te separa de la gloria catódica y el dolce far niente. Son tres puertas. El presentador te informa de que detrás de una ellas hay un maletín con un millón de euros, y que detrás de las otras dos hay cabras. Salvo que seas muy amante de lo rural, te seduce la idea de ganar un milloncejo, así que eliges una puerta al azar. Una cualquiera. En ese momento las probabilidades de elegir la puerta correcta son de una entre tres. Pero esto es televisión, hace falta tensión y drama. El presentador abre una de las otras dos puertas y te enseña una cabra que está aún más nerviosa y deslumbrada que tú. Y llega la pregunta clave: «¿Quiere usted cambiar de puerta?». El concursante no tiene mucho tiempo para pensar pero tú, lector, puedes parar de leer ahora mismo y meditar sobre tus opciones…

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