En Cinco horas con Mario, de Delibes, una mujer madura, de vuelta de todo pero con mil y un sapos tragados, se sentaba junto a la tumba de su marido y entonaba el rosario del Santo Reproche. Ahora podía por fin hablar. Ahora podía por fin obligar a Mario a escuchar. La Piedra de la Paciencia, adaptación que Atiq Rahimi hace de su novela homónima, tiene mimbres similares, aunque el marco es el más dramático y terrible para una mujer del siglo XXI: alguna zona de Oriente Medio, quizá Afganistán, devastada por la guerra y dominada por el fundamentalismo islámico. Una mujer anulada, encarnada con sangre, sudor y lágrimas por la siempre fascinante Golshifteh Farahani, ha de cuidar a su marido en coma mientras todo se desploma a su alrededor. Como auto-terapia para no sumirse definitivamente en la locura, mantendrá largas conversaciones con ese ex-soldado más muerto que vivo en las que le revelará secretos que, en otras circunstancias, la llevarían directa a la lapidación.
Es el de La Piedra de la Paciencia un relato durísimo pero necesario para alcanzar mínimamente a comprender la situación de millones de mujeres a lo largo y ancho del planeta. Sin necesidad de ser demasiado explítica, al menos en lo visual, sin señalar a una nación o a una población concreta. El personaje de Farahani lleva burka y se postra ante el Corán, pero bien podría ser africana, o asiática, o de Ciudad Juárez, y las vejaciones, el sometimiento, serían igualmente sangrantes.
La sencillez marca la cinta de Rahimi para bien. Apenas un escenario tan espartano como claustrofóbico y, sobre todo, esa poderosa mezcla de fragilidad y coraje que la iraní Farahani imprime a casi todos sus trabajos, bastan (y sobran) para transmitir la esencia misma del desamparo por una vida entre tinieblas.