El veterano Gilbert Sicotte no está ni mucho menos solo en El Vendedor, pero qué duda cabe que la cinta de Sébastien Pilote empieza y termina en la figura del actor canadiense Es SU película. Su ‘workaholic’ de rutina estajanovista, un as de la venta de coches de segunda mano, conmueve y nos hace simpatizar hasta tal punto que incluso nos puede parecer cruel en exceso el destino que Pilote ha elegido para él.
El vendedor es una de esas historias pequeñas, cotidianas, en las que a primera vista no sucede casi nada, pero que en realidad encierran un mundo entero. De la devoción casi religiosa por la tarea que uno desempeña en la vida a la crisis financiera mundial que todo lo ensucia; de lo ético de venderle la moto –o el pick-up de 60.000 dólares- a quien sabes que lo pasará mal para pagar, al trabajo, al terreno conocido, como válvula de escape a cualquier tipo de encrucijada emocional. De todo eso y quizás de algo más nos habla Pilote, aunque mirada poco atento nos pudiera hacer pensar que este Marcel Lévesque que sale de su casa un día, y otro día, y otro, para hacer exactamente lo mismo, en los mismos sitios de siempre, en ese pueblo perennemente enterrado en nieve, no tiene interés alguno. Pero lo tiene. De hecho, tú, lector, podrías estar embarcado ahora mismo en una vida parecida a la de Marcel y no te has dado ni cuenta. No, no hace falta que corras a comprar un par de billetes de avión para dar la vuelta al mundo ni que aprendas a hacer puenting. Si algo deja claro Pilote en su construcción nada intrusiva, nada tendenciosa, de este ‘vendedor’ es que todo es relativo y fortuito, y que todo cuenta. Incluso vender (o comprar) un coche.