Dos-más-dosQuizás Diego Kaplan llegue treinta años tarde para hacer una película ‘picante’ sobre el intercambio de parejas, pero, ya se sabe, lo retro está de moda y, en cualquier caso, se antoja que quedan pocas temáticas vírgenes aahí fuera. Así que, asumiendo un grado de predictibilidad importante si de lo que se trata es de hablar de dos parejas de amigos que deciden acostarse todos con todos, lo que queda es tratar de que el enfoque y el resultado no espanten al personal. Tan simple (y tan difícil) como eso.

Dos más dos arranca a modo de comedia cuasi paródica; el matrimonio liberal, el matrimonio conservador, las dudas no exentas de curiosidad morbosa del elemento más reticente del cuadrilátero sexual… Lo ‘normal’. Kaplan destila por momentos el humor alto-burgués de Woody Allen –salvando las grandísimas distancias- y aunque la distensión y las situaciones salidas de madre son las protagonistas, sabe conjugar todo eso con las pinceladas de drama sentimental al que su historia, por las implicaciones obvias de consentir que tu marido o tu mujer se acueste con otra/o, está destinada a transitar.

Probablemente sea Dos más dos el relato que escribiría alguien que sólo se haya acercado al swinging tirando de Wikipedia; no pretende ser una disección de tales prácticas amatorias y, de hecho, ni siquiera lo necesita. Al fin y al cabo la comedia siempre se nutrió de los grandes sobreentendidos, de las cuestiones más peregrinas, las que de verdad nos son familiares. Así las cosas, con cuatro actores solventes, la verborrea porteña dando lugar a diálogos siempre ágiles y el anunciado abecé de las infidelidades compartidas que flota en el imaginario del espectador medio, basta para despachar hora y media de cine de digestión ligera y alguna que otra carcajada. Incluso si en algún momento nos cae encima algo de caspa –que nos cae-, los que vivimos en la patria de Ozores y Pajares ni siquiera lo notaremos.