¿Quién dijo que los Goya eran un invento endémico y autocomplaciente que no servía para nada? Endémicos, sí. Autocomplacientes, hasta la náusea… pero, ¿de veras no sirven para nada? ¿Qué vida comercial habrían tenido Pa Negre, Solas, o la sensación de 2012, Blancanieves, sin las bendiciones del cabezón? Ídem de ídem para la cinta de Patricia Ferreira que, gracias a tres nominaciones de las que se fue de vacìo y, sobre todo, a la pifia de Adriana Ugarte al otorgarle erróneamente un premio a Los Niños Salvajes que pertenecía al experimento mudo de Pablo Berger se ha ganado un más que probable (y merecido) re-estreno. Así que, como decía aquel, nada es en vano.
Ferreira toma las riendas de una historia de adolescentes problemáticos –o con problemas, que no es exactamente lo mismo-, con sus usos y costumbres, y antes que lanzarse al sensacionalismo puro y duro de productos como Historias del Kronen, Colegas, u otras glosas del ‘extremismo’ juvenil, entra a fondo a analizar las circunstancias de los chavales que retrata. Habría sido sin duda mucho más sencillo centrarse en las peleas, los grafitis y el sexo descontrolado para marcarse otra Tres metros sobre el cielo, pero ella amplía el espectro argumental y vuelve la mirada hacia todos los implicados en el desbarajuste vital de sus púberes protagonistas: padres displicentes, o sordos, o demasiado ocupados para educar a sus hijos. También mete en harina a profesores y psicólogos escolares aunque no tanto en calidad de verdaderos responsables de la desastrosa actitud de sus alumnos como de colectivo atado de pies y manos a la hora de manejar según qué situaciones.
Se puede cometer el error de prejuzgar Los Niños Salvajes y colocarle ipso facto el sambenito de “película de niñatos”. No ir más allá. Sin embargo el trabajo de Ferreira, a diferencia de los Kronen y compañía es, con o sin ‘niñatos’ de por medio, un certero retrato social. Salvando todas las distancias que se quieran salvar, si Los Cuatrocientos Golpes era una película sobre niños y no para niños, algo similar sucede aquí. Los Niños Salvajes puede ser entendida y disfrutada por el público adolescente que sentirá, complacido, cómo, en mayor o menor medida, la pantalla les devuelve una imagen de sí mismos o de sus colegas de pupitre, pero es mucho más necesario su visionado para los adultos, a quienes quizás les cueste verse reflejados en sus homónimos ficticios, lo cual, en última instancia, sólo será fruto de una eficaz negación de la realidad, no de ningún tipo de extralimitación por parte de la realizadora gallega. ¡Los profesores tienen la culpa!, exclamarán. ¡O el gobierno!
Que cada cual se engañe como quiera. Ferreira se limita a ponernos delante a tres chicos perfectamente reconocibles y no falsea ni una sola coma de su discurso. Como en la canción de Jeanette, todo se resume en aquello de “yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así”, y aunque ignoramos qué actos de atroz inconformismo llevó a cabo tan angelical criatura, sí podemos confirmar sin temor a equivocarnos que los de Oki, Gabi y Álex van perfectamente acordes con su ‘mundo’; con tragar y tragar emociones y sentimientos hasta que, inevitablemente, todo vuela por los aires.