Boy-George-U-Can-Never-B2-StraightProbablemente Boy George reúna en su persona todos los paradigmas de los artistas de moda en los 80s; fulgurante ascenso, hits millonarios que nadie ha vuelto a querer escuchar jamás, un look que aguantó tan mal el paso del tiempo como las teorías geocentristas de Ptolomeo, y la inevitable y no menos espídica caída a los infiernos de las adicciones y el escarnio público. Era una presa fácil para los tabloides ingleses el excesivo George; su peligrosa relación con la heroína o su fama –quizá ganada a pulso- de personaje inestable fueron erosionando un corazón ya de por sí maltrecho por los demonios de quien se pasó la juventud entre halagos y algodones para acabar viéndose olvidado del mundo, despreciado por los que le auparon y sin encontrar lo que, en el fondo, parece haber estado buscando siempre el de ‘Karma Chameleon’: la media naranja. Un cóctel psico-sentimental de los que otros salen con los pies por delante pero del que Boy encontró la manera de escapar, al menos hasta terrenos mínimamente soportables, después de dar incluso con sus huesos en la cárcel por un feo episodio derivado precisamente de su voluble personalidad.

No obstante, aquí hablamos de música, y aunque a primera vista Boy George no fue más que un producto de consumo rápido para una época muy concreta, y ejecutor de un estilo, el blue-eyed soul –soul para blanquitos, si queréis- que ha traído más sonrojo que momentos memorables, lo cierto es que una vez apartado de las grandes marquesinas y las majors del disco, sin presiones ni A&R decidiendo lo que más le convenía, George comienza a grabar canciones que no sólo se antojan mucho más acordes con su yo, con el hombre que sufre y padece bajo esa estampa de transformista frívolo, sino además, o tal vez por ello mismo, bañadas en un feeling del que nunca tuvimos noticia en los años de cocaína y lámparas de neón.

SECRETOS DE ARMARIO Y OTRAS GEMAS

En este U Can Never B2 Straight condensó en formato acústico –más alguna cara B perdida en los cubos de Tower Records- lo mejor de ese cancionero y, consciente o inconscientemente, logró hacer de él la más ilustradora película de su propia vida. Y aunque arranca con algo de la superficialidad antes mencionada, con la cabaretera ‘Ich Bin Kunst (I Am Art)’ ya deja claro que “todo empezó cuando era un niño”, que “no sabía patear un balón”, pero “se ponía los vestidos de su madre”. A esa reivindicación de la diferencia, o de la propia homosexualidad, pertenecen también ‘She was never He’, de título lo suficientemente explícito y aires de rumba trágica, o ‘The same thing in reverse’, una maravilla de chispeante pop-rock que se beneficia y cómo de los arreglos de cuerda que decoran con inteligencia cada rincón de U Can Never

Pero los amantes del drama, de las cosas que nacen en las entrañas, vamos a encontrar los momentos más desarmantes del álbum, esos que dinamitan de un plumazo cualquier reticencia respecto a la valía del de Kent en toda esa galería de baladones soul y medios tiempos que sirven al ahora DJ para exorcizar demonios presentes y pasados. ‘Fat Cat’ da el pistoletazo de salida y el desamor se apodera del ambiente; la voz de George se rompe como la del tremendo cantante soul que ha llegado a ser, debidamente escoltado por unas chicas de color, que diría Lou Reed. ‘If I Could Fly’ es la autoasunción de los errores cometidos, de la melancolía ante la certeza de que “pronto seré viejo”. Con los efectivos arpegios de guitarra de ‘Unifinished Business’ pone sobre la mesa el relato de un amante, de un “cobarde”,  un “mentiroso”, que no dejará su fachada hetero para huir con él, aunque “llore en sus brazos y le bese cuando las luces se apagan”. Unas ‘cuentas pendientes’ que parece tener también con ‘Julian’, “un niño moviéndose en un mundo de hombres”, porque “un marica que se odia a sí mismo es su peor enemigo”. Entre reproches y retórica sentimental , y en la interpretación más sentida del disco –que ya es decir- George hace avanzar este nuevo fracaso amoroso hasta gritarle al mundo que sigue “buscando a alguien lo suficientemente valiente para amarme”.

Vuelven el arrepentimiento y la enumeración de torpezas con ‘Wrong’ y sus aires góspel. Admite haber sido un “adicto”, un “embustero”, una “farsa”, mientras recuerda cómo su padre le decía que “nunca llegarás a nada”, o ese “puedes ser lo que quieras” de labios de su madre, aunque su estado de ánimo, quizá ansioso de redención, le lleva ahora más cerca de las palabras del progenitor. El nuevo George, sin embargo, es capaz de desearle la felicidad una vieja compañera de clase en “Letter to a School Friend” después de todo lo sufrido por ser “los freaks que no pudieron domar”. Hay esperanza al fin y al cabo. Esperanzas, ilusiones… pero la realidad es ‘The Deal’, la hermana negroide del ‘Knocking On Heaven’s Door’ de Dylan; nuestro ‘chico’ no es capaz de sobreponerse al recuerdo de una pasión que le envenena. Aunque él (el otro) le “haga sentir como una mierda”, la cosa está clara: “you are the deal”. George ha probado muchas drogas en esta vida y si sigue entre nosotros, como tantos otros novios del exceso que han llenado las páginas de la historia del pop, probablemente sea por puro azar; pero el enganche emocional es más fuerte que cualquier opiáceo conocido, al menos para él.

Y  antes de despedirse con un guiño a sus días de estrella en lata con esa horterada bailable de atmósfera hindú llamada ‘Bow Down Mister’, Boy nos deja el corte que realmente debería cerrar U Can Never B2 Straight: después de ‘Il Adore’ no hay nada. Después del adiós al amigo extinguido por el aguijón del SIDA, ese que en otros tiempos era “una fuerza de la naturaleza”, que “nunca estaba triste”, no puede haber nada más que un sutil opus de violines y chelos. Sí, en teoría todo sigue adelante, pero la historia tiene que terminar aquí para continuar en cualquier otro lugar, y ese lugar no queremos que sean los artificiosos “Hare Hare Khrishna” de ‘Bow Down Mister’. No toca, que decía aquel.

Lo que sí toca es que muchos más salgan del armario para admitir, por encima de sus camisetas de los Clash, sus vinilos de los Pixies o sus muñequeras de Black Sabbath, que ese cabronazo de Boy George sabe un par de cosas sobre música.  Que a principios del siglo XXI, cuando todos le daban por enterrado, despachó una de esas colecciones de CANCIONES que una vez en tu torrente sanguíneo te acompañan de por vida. ¿Podremos decir eso mismo de Muse algún día? Respondedme dentro de 30 años.