Ya hablaba de ello Woody Allen en Melinda y Melinda; la comedia (o el disparate) y la tragedia a menudo no tienen tanto que ver con lo que se cuenta como con la forma en que se cuenta. Hagamos la prueba. Pensemos en una película que aglutine contenido lésbico, monjas y hasta un exorcismo. Dudo que nadie tenga ahora mismo en mente a Dreyer y sí a Jess Franco o cualquiera de sus discípulos de serie Z . Sin embargo son esos algunos de los anclajes argumentales de lo último de Cristian Mungiu después de la distendida Cuentos de la Edad Dorada y, como en 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días el realizador rumano vuelve a no estar para bromas. De nuevo ejerce con mano de hierro su (neo)neo-realismo y su costumbrismo crudo y sin aditivos para retratar el día a día en un estricto convento de monjas ortodoxas. Hasta allí llegará una chica con serios problemas emocionales invitada por una amiga de la infancia, ahora novicia.
Mungiu cocina Más allá de las colinas a fuego lento –se va hasta las dos horas y media de metraje- con la decidida intención de airear los peligros del fanatismo religioso, aunque sin sublimar en absoluto la así llamada sociedad civil. Extramuros del monasterio sólo hay miseria, frío y hospitales deficientes en los que cuesta un potosí morirse. Todo allí afuera es caldo de cultivo para salir corriendo a refugiarse en Dios y, una vez bajo su manto protector, marcar con el estigma del diablo cualquier injerencia de ese mundo exterior definitivamente condenado.
Con Mungiu podríamos hablar de cine pesimista si no fuese porque jamás se entrega al exceso de sensacionalismo ni a discurso alguno. Los sucesos contenidos en Más allá de las colinas, al igual que los que mostraba en su multipremiada crónica abortista de 2007, no vienen a dar una visión agorera de lo que nos rodea; simplemente, lo que nos rodea es agorero y gris de por sí. Sólo bienes como el amor o la amistad incondicional sirven de báculo –a veces ni con esas-. Aunque si este hijo de la Rumanía de Ceaucescu es capaz de encontrar belleza, mucha belleza, en desolados paisajes o en casas desvencijadas por el azote de vientos heladores, todavía deben quedar motivos para la esperanza. Para Mungiu, para nosotros y para sus sufridos personajes.