Josh Radnor no se resigna a quedar para los restos en el imaginario colectivo como el simpaticón protagonista de Cómo conocí a vuestra madre y, a falta de ofertas mejores, él se guisa y él se come sus propias películas. Comenzó apuntando maneras en Happythankyoumoreplease y ahora vuelve por parecidos fueros dirigiendo esta Amor y letras, para la que también se reserva el papel principal, donde insiste en iluminar el camino de todos los treintañeros del mundo –bueno, de la zona cool de Manhattan, en realidad- que andan perdidos entre el adiós a la juventud y la inminencia de la edad madura.
Este Jesse Fisher de Amor y letras recuerda lejanamente a aquel Willie Comway que encarnaba Timothy Hutton en Beautiful Girls, aunque aquí el objeto del deseo ya puede comprar cerveza en algunos estados; no obstante, si bien la cinta de Ted Demme excarvaba a conciencia en las arenas movedizas de la vida a los treinta y tantos Radnor, a pesar de despachar alguna que otra reflexión ciertamente interesante, no puede resistirse a su espíritu esnob neoyorquino ni a los lugares comunes del indie americano a la hora de desarrollar su relato y narrarlo, por no mencionar que sus conclusiones resultan mucho más conservadoras de lo que él probablemente imagina. Que Radnor sabe cómo funciona esto del cine es innegable. Que su personalidad fílmica es antes un collage de influencias forasteras que el resultado de un verdadero autoanálisis, tampoco hay quien pueda refutarlo.
Como decía, las revelaciones en Amor y letras llegan en forma de destellos repartidos a lo largo de un drama romántico de tufillo intelectualoide, de los cuales el más deslumbrante ni siquiera corre por cuenta de su realizador: Elizabeth Olsen. No va a tardar demasiado la hermana pequeña de las celebérrimas gemelas en convertirse en la nueva gran estrella de Hollywood, Oscars mediante. No sólo es un regalo para la cámara; Olsen, a sus 22 años, resulta incluso demasiado madura para continuar haciendo papeles de semi-adolescente. A su director y partenaire, sin ir más lejos, lo devora plano a plano, a pesar de las dos décadas de diferencia entre ambos. Un escándalo lo suyo. Y es que Amor y letras quedará en el recuerdo como una de aquellas películas en las que comenzó a gestarse el mito de la Olsen.
Del mito de Josh Radnor como cineasta y guionista no queda claro que vayamos a discutir en el futuro cercano. Su talento ante el folio en blanco es evidente; sólo necesita arrojar por la borda un par de sacos de clichés.