Las-ventajas-de-ser-un-marginadoDigámoslo ya: ser un marginado de instituto en los Estados Unidos del Imperio no tiene demasiadas ventajas, salvo que seas el protagonista de Las ventajas de ser un marginado y te adopte un grupo de pseudo-hipsters con Emma Watson a la cabeza. Entonces las cosas pueden mejorar. Aunque ni con esas. El protagonista de la historia que Stephen Chbosky adapta a partir de su propia novela arrastra traumas varios y serios desequilibrios psicológicos, por lo que sus momentos de disfrute son pocos pero, eso sí, cuasi místicos.

En Hollywood se empeñan tanto en mostrarnos raritos adolescentes con encanto y la psique de Einstein que acabaremos por creer que esos especímenes realmente existen y que, como en la cinta que nos ocupa, mantienen conversaciones dolorosamente profundas sobre las cargas que arrastra el ser humano. ¿O será que después de ver docenas de películas del estilo los propios jóvenes yanquis que aspiran a algo más en la vida que a hacer bricolaje en el tiempo libre y comer costillas de cerdo han acabado engendrando en sí mismos ese romanticismo desesperado que cruza la amargura de Lord Byron y el rollo outsider de Luke Perry?  Una pregunta demasiado larga para ser respondida a la ligera. Pero podríamos resumirla en la clásica “¿qué fue antes, el huevo o la gallina?”.

En cualquier caso, Chbosky pone toda la carne en el asador a la hora de transmitir emociones a través de sus jóvenes actores y se faja con cuestiones que desangran especialmente a la sociedad americana; ese ‘apart heid’ estudiantil que conducen a los que no encajan hasta las puertas del infierno en la tierra, o el tabú entre tabúes: homosexuales atrapados en entornos YMCA y, en última instancia, en su propia confusión. ¿Que lo hace sin atisbo alguno de originalidad y transitando los mil y un lugares comunes del (sub)género? De acuerdo. Aunque eso no le resta valentía. ¿Que no puede evitar colarnos un discurso final digno del Robin Williams de El Club de los Poetas Muertos? Eso también, pero si su película va dirigida a aquellos que comparten cuitas con el personaje de Logan Lerman es en cierto modo lógico que no meta el dedo en la llaga más de la cuenta. Cada cual decidirá si su ‘mensaje’ es creíble o si no se trata más que de un brindis al sol.

Servidor se queda, sobre todo, con los homenajes a The Rocky Horror Picture Show y con un par de estupendos actores: la fantástica Watson, que se arranca a jirones la angelical piel de Hermione Granger , y  Ezra Miller, ese chaval que nos puso los pelos de punta –a nosotros y a Tilda Swinton- en Tenemos que hablar de Kevin y que aquí, aunque en un papel radicalmente alejado de aquel sociópata juvenil, derrocha un carisma que se cotiza como el uranio entre los perfiles monocromáticos de sus contemporáneos. Porque sí, también se puede ser diferente en la meca del cine.