Las-sesionesHelen Hunt, personaje mediante, se encarga de dejarle claro a John Hawkes, en la piel de un tipo paralizado de cuello para abajo, que aunque le prestará servicios sexuales a cambio de dinero no es una prostituta sino una “terapeuta sexual”. Y, después de esta bofetada a la dignidad de las prostitutas, Las Sesiones echa a volar como lo que es; el retrato de un hombre deseoso de conocer los placeres de la carne pese a sus muchos hándicaps físicos (y religiosos). Así lo cuenta Ben Lewin, tratando en la medida de lo posible de no resultar sensiblero pero consciente –él y nosotros- de que lo lacrimógeno llamará a la puerta cual ejército de zombies ávidos de cerebro.

Se sabe lo que esperar de un producto como Las sesiones con sólo ojear las primeras líneas de su sinopsis. Para unos la condescendencia flotará en el aire disfrazada de vocación ‘normalizadora’ de ciertas taras físicas, para otros el affair entre Hunt y Hawkes será la bocanada de esperanza y bonhomía que el mundo necesita. Pero incluso los primeros sabrán reconocer la diferencia entre la cinta de Lewin y los tonos color pastel  de la alabadísima Intocables o la reciente Hasta la vista. En Las sesiones todo es mucho menos idílico, y aunque este Mark O’Brien encarnado con sangre, sudor y lágrimas por John Hawkes haga gala de un prodigioso sentido del humor la amargura, o una eterna melancolía de aquello que nunca tuvo, domina su mirada incluso en esos momentos en que Helen Hunt, actriz valiente donde las haya, le ofrece sus artes amatorias. Ni siquiera el curita enrollado, probablemente un hippie reciclado, al que acude nuestro protagonista en busca de consejo sustrae potencial dramático a la historia, y ya es decir. Ni aunque todo termine mal (pero bien) o bien (pero mal), o qué sé yo…

Las sesiones no hará nuevos creyentes de la cofradía del ‘todo es posible’ ni descreerá a los convencidos, pero es una excelente oportunidad para apreciar el trabajo de dos actores en estado de gracia, dirigidos con sensatez, y lo más importante: se nos enseña a los cuatro anticuados de la sala que existen mujeres muy sensibles y comprometidas que aunque practiquen sexo por dólares no son prostitutas. Ahora sólo nos queda saber qué opinarán las meretrices de toda la vida de semejante intrusismo.