Una casa con pasado funerario (literalmente), una familia que se traslada a ella por mor de un hijo que sufre cáncer terminal y… y el resto, como suele decirse, es historia. La historia de cualquier cinta de terror fantasmagórico, de sótanos y oscuras buhardillas, plagada de sobresaltos bien estudiados. Peter Cornwell no esconde su vocación por asustar entre estúpidas pretensiones estilísticas, sino que, muy al contrario, se despacha con algún que otro guiño más que evidente a clásicos del género. A pesar de que a“Exorcismo en Connecticut” se le presupone una importante carga de predictibilidad, cosa que se va confirmando fotograma a fotograma, Cornwell evita muchos de los ticks que aquejan al horror en el celuloide de un tiempo a esta parte. La histeria visual brilla por su ausencia, lo que se agradece, y ni siquiera recurre a una banda sonora estridente. Su score es puro tópico, sí, pero un tópico acorde a los cánones de-toda-la-vida. Incluso los personajes que recrea resultan menos vacíos que de costumbre, a lo cual colaboran con su trabajo la estupenda Virginia Madsen o Elias Koteas, el hombre que quiso ser De Niro.
Por supuesto, a 24 horas del visionado de “Exorcismo…” la confundiremos mentalmente con docenas de sus hermanas mayores, pero al menos no abochorna ni deja la sensación de que alguien se ha reído en la cara de uno. Algo es algo.