La película favorita de Johnny Depp, la que más dice haberle marcado como espectador y, probablemente, una de esas que le decidió a consagrarse al noble arte de la interpretación. Para su autor, Bruce Robinson,“Withnail y yo” supuso uno de esos honrosos fracasos: después de conseguir un Oscar por el guión de “Los gritos del silencio” en su primera incursión relevante en el cine, Robinson se lanzó a por esta apuesta mucho más personal, una metáfora del adiós al Verano del Amor encarnada en dos bon vivants que dan los últimos bandazos de su juventud soñando con ser actores y viviendo la existencia hedonista de los poetas pobres: alcohol, drogas, sablazos…
Withnail (Richard E. Grant) es una suerte de Oscar Wilde honorablemente desarrapado que lleva su vocación de vividor hasta las últimas consecuencias mientras su amigo, su escurdero, “y yo” –Robinson ni siquiera se molesta en darle un nombre en los títulos de crédito a quien no es más que un Pepito Grillo al uso- duda constantemente; fuma marihuana y al segundo experimenta ataques de pánico; quiere vivir la vida de los bohemios pero sólo hasta los límites de la cobardía que gobierna sus días.
“Withnail…” es, por lo tanto, una cinta de apenas dos personajes, aunque cuente con sensacionales secundarios, caso de ese orondo homosexual ardiente de deseo al que le pone cuerpo y amaneramientos el magnífico Richard Griffiths; tiene ese constante tira y afloja verbal de las buenas obras de teatro y un importante poso tragicómico que nos lleva a reírnos de (o con) los protagonistas al tiempo que condescendemos su miseria, su autoengaño, muy especialmente en lo tocante al propio Withnail, el último de los románticos, que no está dispuesto a renunciar a sus vicios y a unos sueños que, tal vez, nacieron inalcanzables, para enterrarse en una vida “normal”. La cotidianeidad de la mayoría es la muerte para él. A cualquier amenaza de ‘compostura’ responde declamando a Baudalaire, quizá a Shakespeare… No quiere que la ‘realidad’ corrompa su universo de bebidas espiritosas, versos y eterna adolescencia.
A diferencia de otras odas al desfase, “Miedo y asco en Las Vegas”, “El almuerzo desnudo”, aquí su director no transfiere ese contenido psicotrónico a lo visual, limitando el contenido surreal a las conversaciones de lúdica dispersión entre Withnail y su Sancho Panza, ganando en pegada cómica y cohesión narrativa, ambos factores casi siempre ausentes en las cintas mencionadas o en muchos otros títulos que lidian con el exceso.
La carrera de Bruce Robinson, que arrancó como un cohete, no hizo sino estancarse tras “Withnail y yo”, espaciando cada vez más sus trabajos en la dirección cuando no entregando mediocridades como “Jennifer 8”. Su ópera prima queda en su currículum como una gloriosa rareza, una gema oculta que sólo descubrirán los más curiosos. Esos no quedarán defraudados por el homenaje al dolce far niente de su Withnail.