tetsuo-el-hombre-de-hierroTras todo su arsenal de reverencias y sigilo, todos sus códigos sociales, su acepción cuasi religiosa del respeto y el honor, Japón oculta una de las subculturas más enfermizas y tortuosas del planeta en lo que se refiere a sexo y fantasías mórbidas. Probablemente en respuesta a esos mismos corsés robóticos que les han impuesto durante siglos las estrictas normas de conducta, los hijos del sol naciente han generado un lenguaje propio en el cómic, la televisión, el porno o, por supuesto, en el cine.«Tetsuo», la cinta más popular del iconoclasta Shinya Tsukamoto es buen ejemplo de todo ello y un auténtico compendio de la aberración cuyas interpretaciones pondrían, cada una de ellas, la mosca detrás de la oreja de cualquier psicoanalista de carrera. La historia del hombre que se transforma en una masa informe de metal funciona como brutal parábola de la post-industrialización, pero la presencia constante de elementos sexuales, de referencias sadomasoquistas o fetichistas que explotan en la pantalla a ritmo de cacofonías machaconas sugieren que, tal vez, Tsukamoto no estaba tan interesado en revelar los cánceres tecnológicos del mundo moderno como de exorcizar su torcida imaginación. El pene taladrador del protagonista, entre otras lindezas que el realizador japonés dispone, tiene muy poco de símil moral y mucho de sueño freudiano no realizado.

«Tetsuo» nació para agredir a los sentidos; para epatar visualmente por mor de las texturas ásperas de blanco y negro mortecino que Tsukamoto y su nerviosa cámara logran generar. Sufren los oídos, sufren el estómago y el cerebro ante la catarsis de una personalidad, la del autor, disfuncional cuanto menos. Su obra no se contempla, se encaja como los golpes de un boxeador fibroso y desbocado para, finalmente, abandonar el cuadrilátero exhaustos aunque con la sensación de haber vivido una experiencia única. Ser metálicos en el tortuoso jardín botánico de la mente de Shinya Tsukamoto.