Cinco-días-en-SaigónSi uno se decide a seguir los pasos de una niña pequeña que malvive en los arrabales de cualquier ciudad del Tercer Mundo (Saigón en el caso que nos ocupa), hay dos caminos por los que optar: el hiperrealismo cuasi documental de, por ejemplo, Víctor Gaviria y “La vendedora de rosas”, sin espacio para más disquisiciones que la pura y dura fotografía de la miseria, o tomar senderos más ficticios, lo que, con críos involucrados, siempre puede acabar en un ataque de sensiblería. Stephane Gauger se ha decidido en“Cinco días en Saigón” por el segundo de esos modus operandi, y aunque el toque sensiblero no se despega del horizonte en ningún momento –el mero hecho de tener delante a una niña de siete años perdida en la jungla de asfalto es per se lacrimógeno- logra no enfangarse del todo en esos terrenos y contar una historia que habla de amistad y amor incondicional; de esa chiquilla, huérfana para más inri, que busca fabricarse un mundo a su medida, con el padre ideal y la más maravillosa y atenta de las madres.

Es el argumento de “Cinco días en Saigón”, y las cuestiones que plantea, extrapolable a cualquier punto del globo terráqueo, y lo es porque Gauger no se adentra demasiado en la suciedad, en lo oscuro, en el horror de ser pequeño y vivir en medio de una ciudad hostil para con los desheredados como pueda ser la capital de Vietnam. Por desconocimiento –al fin y al cabo no es nativo de la zona, ni sabemos cómo de bien la conoce- o por un sentimiento de compasión hacia su diminuta protagonista, Gauger dispone una realidad demasiado amable, no del todo verosímil pero sí válida a la hora de trazar un relato amable en el que, por una vez, los hijos del arroyo ven cumplidos sus deseos. Al fin y al cabo, esto sigue siendo la fábrica de sueños yGauger un operario bien dotado que en este su debut ha sabido extrapolar el espíritu intimista y poético deJarmusch o Wong Kar Wai a los barrios bajos de Saigón. El sólo hecho de haber sabido encontrar la belleza dentro de un universo de cemento y acero infestado de ciclomotores y pseudo-furgonetas habla bien de sus aptitudes. En cuanto al mundo real… bueno, doctores tiene la iglesia para ello. Tampoco está de más introducir un poco de color y optimismo dentro de tanta penuria, siempre que no se caiga en la autoindulgencia o la demagogia primermundista.