John-Hiatt-The-open-roadHiatt le sientan bien todos y cada uno de los tópicos de los que se suele tirar para hablar de músicos veteranos que se mantienen rectos como velas sin hacer la más mínima concesión a la galería: que los viejos rockeros nunca mueren, que envejece como los buenos vinos, que la experiencia es un grado… y también que, si te pasas toda una vida subido a un escenario tratando de reescribir –u honrar- la música que inventaron un puñado de negros hace ya demasiado tiempo como para recordar incluso sus nombres, terminas con esa voz de provecto bluesman que ha ido echando el amigo Hiatt a medida que la frente se le despajaba y las hojas del calendario caían imparables.

Sí. Hiatt es un viejo bluesman que no tiene miedo de juguetear con cuantos palos de la música americana se tercie siempre, por supuesto, Telecaster en ristre. Rara vez abandona John la electricidad –en “The Open Road” sólo para su particular “Knockin’ on Heaven’s Door”, “Wonder of Love”- ni sus canónicos riffs de blues que acopla a cortes de aire country o inapelables entregas de rock and roll sureño. La joya de la corona en este viaje por carretera al que nos invita el de Indianapolis llega en forma homenaje a la tierra, a las raíces: “Homeland” tiene esa épica de los desfavorecidos con la que tantos buenos momentos nos ha regalado Neil Young. John es, nadie lo puede negar, un músico mucho más refinado en todos los sentidos que Neil, mucho más académico, aunque, a su manera, sabe transmitir la misma melancolía crepuscular, el mismo sentimiento de los “I’m the ocean”, “Hey Hey My My”, “Keep on rockin’ in the free world” y demás himnos del icono canadiense.

Pero ese “hogar” al que canta Hiatt en “Homeland” es aquí sólo el cruce de caminos, la mitad del trayecto. Tras él continúa el desfile de personajes y paisajes de la América profunda y para cada uno de ellos tiene John un verso, un estribillo, un acorde de guitarra. ComoPetty, como el mencionado Young, como el mejorSpringsteeen o incluso el exiliado Elliot  Murphy, Hiatt es historia viva de la música gringa, historia en movimiento. Historia que nuestro protagonista aún está escribiendo con líneas  que atraviesan el alma de cualquier oyente mínimamente sensible. Estén esas líneas torcidas o no, sean más o menos puristas, no importa. Ninguno de los factores que componen la aritmética de sus canciones tiene mayor secreto para él. Por eso puede permutarlos a placer sin que su personalidad ceda a ninguno de los géneros por los que gusta de pasearse. Aquí no hay más género ni más etiqueta que la de Hiatt, John Hiatt. Cantante blanco, corazón negro.