La-Herencia-ValdemarEl debutante José Luis Alemán demuestra ser buen conocedor de las viejas cintas de terror de serie B, de las adaptaciones de Poe que firmó Roger Corman, de las películas de la Hammer, y aun así pasa por alto cuestiones como que, más o menos desde 1974, desde“El jovencito Frankenstein”, recurrir a golpes de efectos del estilo “el personaje equis suelta una frase enigmática, suenan truenos, el resplandor de un relámpago inunda la estancia” dejaron de ser cosa seria para convertirse en base de las parodias más básicas del género. Dejando eso al margen, o el acabado general de esta historia de espíritus y casas malditas, rayano en el telefilme, el verdadero obstáculo que se interpone entre “La herencia Valdemar” y su capacidad para subyugar mínimamente al público es ese juego a dos bandas que Alemán se trae: fabricar un producto a imagen y semejanza de los que se facturaban hace más de medio siglo no es compatible –o él no ha sabido compatibilizarlo- con la introducción de elementos modernos. De ahí que Corman, con un poco de cartón piedra y algo de atrezzo, normalmente ‘heredado’ de otras producciones, pero con elenco y los guiones adecuados se las ingeniara para mimetizar las atmósferas tenebrosas de Edgar Allan Poe, mientras Alemán fracasa en esta libérrima recreación de ciertos textos de Lovecraft. Mezcla, por ejemplo, actores muy poco académicos (JaenadaRodolfo Sancho) con otros más teatrales (Paul NaschyFrancisco Maestre), y el desequilibrio está servido. Los primeros, en especial el muy laureado Óscar Janeada, se encuentran perdidísimos en según qué tramos, y Naschy parece haberse escapado de algún montaje decimonónico de “Drácula”. Por supuesto, los efectos especiales, el toque gore, se dan de bruces con el espíritu mismo del tipo de relato que Alemán pone sobre la mesa. Lo que Poe, o Corman, o incluso el mejor Fisher sugerían mediante la mera descripción, José Luis lo muestra a las claras y casi desde el primer minuto.

En otras palabras, este recién llegado consigue algo similar a lo que sucedería si Vincent Price apareciera declamando uno de sus soliloquios necrófilos en la “Van Helsing” (2004), entre criaturas digitalizadas y personajes que hablan como si estuvieran pasando heroína en Harlem. Y es que, dentro de su naturaleza aberrante había cierta coherencia en la película deSommers o en cualquier otra de las revisitaciones de la literatura de horror clásica que se vienen cociendo en el nuevo milenio, algo que no se puede decir de “La herencia Valdemar”. Tirando de símil musical, lo de Alemán es una fusión entre opereta y techno que difícilmente convenza a los aficionados de una u otra facción.

Pero es ambicioso el joven José Luis, y su ópera prima ni siquiera tiene un final. Cierra con un “continuará…” y nos remite a “La herencia Valdemar 2”, toda una osadía para alguien que no se llame Spielberg,Jackson o Zemeckis. Para ganarse el derecho a los “continuará…” hay que probar que se poseen unos galones que Alemán ni mucho se ha ganado aún. Porque no; visto lo visto, a servidor no le queda ninguna gana de que esto “continúe”. Ni aunque vuelva a encontrarme en la secuela con el nunca suficientemente ponderado Eusebio Poncela.