¿Cómo explicar lo que un disco del calibre de “Crows”encierra? ¿Cómo entender o hacer entender que incluso siendo un trabajo melancólico y desgarrado no es la obra de una mujer rota? ¿Que aun conteniendo títulos tan significativos como “Broken Girl”, “Sorrow (don’t come around)” o “When you wkae up feeling bad” es un remanso de paz y calidez? Muy fácil: entendiendo/explicando la trayectoria vital y artística de Allison Moorer quien, a pesar de una infancia, o una pre-adolescencia, más que turbulenta, ha sabido levantarse y seguir adelante, sin aspavientos, sin llevar su pena por bandera, hasta realizarse (comprenderse) como persona y como músico.
“Crows” no es el disco de alguien abocado al abismo o minado por una crisis emocional, sino un retrato retrospectivo del dolor. La Moorer madura, en paz con sus demonios y a punto de ser madre, disecciona su propio corazón, sin amargura aunque con el sentimiento a flor de piel, y salda cuentas con fantasmas del pasado al tiempo que deja claro que las cosas nunca son blancas o negras, y que aun rodeada por la tragedia, pudo haber buenos momentos, momentos felices. Eso en lo tocante a su evolución personal, en cuanto al montante musical de “Crows” es, igualmente, la progresión esperada de aquella chica con sombrero calado de “Alabama Song” que, poco a poco, fue deshaciéndose de los cánones del country para abrirse a otras sonoridades (blues, rock, folk). Su último disco es la culminación de lo mostrado en “Getting Somewhere” o “The Duel”; como bien evidenciaba su disco de versiones de 2008, su imaginario está habitado por las Dolly Parton, Emmylou Harris, Linda Ronstadt y compañía, pero también por Nina Simone,Patti Smith, Stevie Nicks… Grandes damas de la música americana, todas ellas más allá de etiquetas o compartimentos estanco. Y es que es en eso en lo que Allison se ha convertido con el tiempo: en una de las grandes, en una personalidad única e independiente, tanto que es capaz de resistirse al influjo de su pareja,Steve Earle, cuando lo fácil, con semejante leyenda al lado, sería dejarse ‘contaminar’ por el maestro. Tal vez lo haya hecho, pero no a la hora de empuñar su guitarra o sentarse al piano; quizá Earle, otro que de reveses sabe un par de cosas, le ha enseñado, simplemente, a aceptar las miserias del vivir y dejarlas atrás para, como en “Crows”, poderlas mirar a la cara, transformarlas en canciones y no derrumbarse por el camino.