En unos pocos días tendremos a Dayna Kurtz desgranando su ultimísimo cancionero por tierras españolas (ver fechas al final de la entrevista), ese “American Standard” editado el pasado diciembre con el que esta discípula confesa de Leonard Cohen y Tom Waits se pasea por diferentes palos de la música tradicional gringa, poniendo en evidencia su pasión por el el blues y el country más añejos. Haciendo gala una humildad casi patológica, Dayna rehúsa cualquier comparación con sus maestros acotando los méritos artísticos propios a los de una mujer que, simplemente, fabrica canciones porque es lo que mejor sabe hacer. Pero Kurtz es mucho más que eso. Su honestidad, su sincero compromiso con la música, son valores en serio peligro de extinción que tal vez su portadora dé por sentados, pero no los que miramos desde el otro lado de la barrera. La autenticidad, un talento innato para la composición y esa voz de provecto bluesman convierten a esta treintañera, judía agnóstica, en un valor imprescindible de la música americana del nuevo siglo. Porque lo es, aunque ella misma niegue la mayor.
Como su título sugiere, el nuevo disco es el más country, el más tradicional de todo lo que has grabado hasta la fecha. A veces este tipo de giros en la carrera de un artista son deliberados, pero otras veces sucede que las canciones, simplemente, salen así. ¿Cuál fue tu caso?
En realidad grabé más material, pero resultó que estas canciones en concreto casaban bien entre ellas. No suelo planear las cosas cuando compongo o grabo. Es después cuando decido cómo saldrán las canciones, si irán juntas o no.
Además, has metido en “American Standard” más guitarras eléctricas que en ningún otro disco. ¿Necesitabas darle descanso a la acústica?
No fue algo premeditado, pero me lo estaba pasando muy bien con la eléctrica y la lap steel. Las canciones lo pedían.
El álbum suena muy puro, muy auténtico. Esa forma que tienes de acercarte al blues o al country… Siempre eres fiel al estilo en el que te mueves, incluso aunque te hayas movido entre muchos palos muy distintos. ¿Te consideras una purista?
Si fuera una purista… ¡sería una purista horrible! (Risas) Una cosa es que seas fiel a un género, en fondo y forma, si creciste en una granja del Mississippi en los años 20, pero no me atraen nada los puristas modernos. Hay algo en ellos demasiado academicista.
¿Y la tan traída escena del ‘americana’? ¿Te sientes parte de ella?
La verdad es que no me siento parte de ninguna escena, aunque tengo amigos en muchas de ellas.
Ahora, más que nunca, vas a necesitar una banda para trasladar al directo “American Standard”. De hecho, estás girando con los Blue Mountain. ¿Quiere eso decir que en esta gira no tendremos shows de Dayna en solitario?
A la gira por España voy sola. Hay algunas canciones que son complicadas de sacar adelante sin una banda, pero la mayoría puedo adaptarlas para tocarlas en solitario. Cuando las toco así suenan muy diferentes y creo que eso no pasaba con el material de los otros discos. Pero no creo que sea algo negativo. Aunque hay algunos temas en los que sí que hecho de menos la presencia de un grupo.
Estás a punto de comenzar el tour europeo, que empezará en Holanda. ¿Qué te da Amsterdam para tener esa relación tan especial con la ciudad?
Es una ciudad bellísima. Una de mis favoritas en el mundo.
Es probablemente una de las ciudades más ‘civilizadas’ del planeta. Nadie puede decir que la legalización de las drogas o la prostitución convierta una ciudad en una especie de Sodoma (o de Gomorra)…
El hecho de que casi todos los holandeses adultos que conozco dejasen de fumar hierba cuando tenían veintitantos años –incluidos músicos e ingenieros de sonido, que ya es decir- es la mejor promoción que se puede hacer en favor de la legalización. De todas formas, me temo que en su caso funciona porque son gente muy sensible, que no tiende fácilmente al exceso.
Una de las perlas del disco es “Billboard for Jesus”, un swamp blues espectacular. También hay un tema llamado “Invocation”. ¿Eres creyente? Y en caso de que no lo seas, ¿cuándo empezaste a ‘descreer’?
Soy una judía atea (o agnóstica) de tercera generación. Mis abuelos eran socialistas y se volvieron ateos tras la Segunda Guerra Mundial. Lo he vivido como algo muy natural. Pero creo que los artistas ateos siempre son, en el fondo, un poco religiosos, porque se necesita cierta humildad, cierto misterio, cierta superstición para crear. Yo me siento atraída hacia el budismo, hago algo de meditación, pero la parte religiosa (la reencarnación, todos esos dioses tibetanos) no es para mí. Fue fantástico cuando descubrí que a los budistas practicantes se les permite ser agnósticos.
De todas formas, a menudo se comete el error de confundir, por ejemplo, a Jesús con la Iglesia, que es como culpar a Einstein por la bomba atómica.
No hay nada malo en Jesús, aunque lo que sabemos de él a día de hoy es un poco confuso. […] Los Estados Unidos están plagados de fanáticos religiosos. ¡Casi un tercio de mis paisanos piensan que el mundo se creó en seis días hace seis mil años! Sin embargo, conozco alguna gente que vive la espiritualidad de una forma muy hermosa e inteligente, y para ellos Jesús es la máxima inspiración. Tratan de vivir sus vidas con su mismo sentido de la compasión y el amor. Ojalá hubiera más como ellos.
Cambiemos de tercio. Nunca los artistas han estado tan cerca de sus seguidores como ahora. Tú misma tienes tu página de Facebook. Ahora bien, ¿dónde queda la magia, el misterio? ¿No crees que de esa forma te expones demasiado?
Me expongo mucho más en cualquier canción de lo que pueda hacerlo en Facebook. A menos que consideres ‘exponerse demasiado’ a hacer comentarios sobre política o hablar del concierto que viste la noche anterior. De acuerdo, al principio lo de Facebook me puso un poco nerviosa, pero al final me he dado cuenta de que está muy bien tener ese tipo de contacto casual con la gente. Además, no viene mal tener ahí gente a la que poder preguntarles cosas de informática, o la dirección de un buen hotel en Estocolmo… Conozco a artistas a los que les preocupa mucho su intimidad y no les gusta, o no confían en Facebook. Para mí, sin embargo, es mucho más sencillo que el contacto directo, o recibir cartas o e-mails que a menudo pueden tener un contenido muy íntimo, y yo rehuyo comunicarme de esa manera. Supongo que si fuera una superestrella del rock me preocuparían más estas cosas, pero mis seguidores son muy agradables y, a diferencia de lo que les pasa a muchos músicos que conozco, a mí me gusta la mayoría de la gente que se siente atraída por mi música. Tengo suerte en ese sentido, porque conozco a músicos fantásticos y muy honestos que sienten que vienen de un planeta distinto al de sus fans. En cambio, si yo me encuentro con fans en una fiesta, me encanta hablar con ellos. Son buena gente.
¿Te habría gustado tener ese tipo de relación con Leonard Cohen hace quince o veinte años? Ya sabes lo que dicen: nunca conozcas a tus ídolos en persona…
Una cosa son las redes sociales y otra muy diferente la amistad. Ser ‘amigos’ en Facebook no sería como conocerle en persona, pero algo me dice que los ‘posts’ de Leonard Cohen serían fantásticos. Tom Waits tiene una cuenta en Twitter, y sus entradas son delirantes. Y apuesto a que los de Dylan lo serían también.
Acabo de leer un artículo en un periódico español con el siguiente titular: “Dayna Kurtz, la cantante que quiso ser poeta”. ¿No se puede ser ambas cosas?
Yo espero poder serlo.
¿Cuál es la mayor diferencia entre la letra de una canción y un poema?
Esta es difícil. Claramente, las letras están más supeditadas a la métrica, al ritmo y, por extraño que parezca, a mí me resulta más fácil escribir así. Me gustan las reglas. Me gusta romperlas, pero me gusta que existan. Las letras tienen el bonus extra de la música. La música las sostiene. Letra y música pueden contradecirse, o pueden fortalecerse mutuamente. La música puede añadirle a la letra contenidos subliminales, texturas… y eso es algo que no está al alcance de los poetas. Pero me atrae mucho el modo de vida de los poetas. Los poetas que conozco escriben casi cada día, y miran al mundo como poetas casi todo el tiempo. Para mí es algo agotador, aunque ojalá pudiera estar tan despierta siempre. Pero no puedo. No sin volverme loca o volver locos a los que me rodean.
Tienes un estatus digamos ‘de culto’, eres uno de esos secretos a voces. ¿Te sentirías cómoda con un perfil más masivo?
Para nada. Por supuesto que me gustaría volar en primera clase y alojarme en hoteles maravillosos, salir por ahí con mis héroes personales y pagar a gente para que se ocupara de mi dinero, pero no querría ser una estrella del pop ni por todo el oro del mundo. Desde mi punto de vista, debe ser un coñazo. Ya siento que obtengo bastante atención por hacer música. Odiaría ser el centro de atención sólo por ser famosa.
Ahora que Dylan, Cohen o Willie Nelson son honorables ancianos, que Cash, Zevon o Townes Van Zandt ya no están entre nosotros… ¿que me dirías si afirmara que tú eres uno de esos artistas destinados a recoger su antorcha? ¿Demasiada responsabilidad?
Es halagador, pero ni de coña estoy al mismo nivel de Dylan, Cohen o Cash. Creo que a mi generación le tocó la pajita más corta si hablamos de composición y talento musical. Tratamos de salir ahí y dar lo mejor de nosotros, y no avergonzarnos demasiado por lo mediocres que nos sentimos cada vez que escuchamos “Blonde on blonde”.
En “Beaufitul Yesterday” versionaste uno de los temas más hermosos y evocadores que se han escrito jamás –también uno de los más tristes-, “Those were the days”. Dime, ¿cuáles fueron los ‘buenos tiempos de Dayna Kurtz? ¿Quizá están aún por venir?
Bueno, soy una persona muy sentimental. Ya casi estoy echando de menos lo que hice anoche. En la furgoneta, cuando íbamos de vuelta a casa, todavía con el zumbido en los oídos después del concierto, escuchando a Johnny ‘Guitar’ Watson mientras veíamos los paisajes nevados pasar. Fue precioso.
En uno de tus últimos conciertos por España invitaste a Enrique Bunbury a tocar contigo un tema de Cohen. ¿Veremos más duetos en la próxima gira? Por ejemplo, tocarás en Cádiz, cerca de donde vive tu amigo Gary Louris…
¡Eso espero! Aunque no hay nada planeado todavía.