Five-minutes-of-heavenA priori uno puede preguntarse con respecto a “Five Minutes of Heaven” qué demonios se le ha perdido a un director alemán  en el conflicto de Irlanda del Norte. Siendo extranjero, las probabilidades de acabar hiriendo la sensibilidad de alguien, de ser acusado de no tener una visión adecuada del tema que trata, son grandes. Sin embargo, a medida que en “Five Minutes…” se desarrolla, ese encuentro entre dos hombres, una víctima del bando católico (James Nesbitt) y el asesino de su hermano (Liam Neeson), se acaba desvelando que, para dar fuerza al mensaje que Hirschbiegel quiere trasladarnos, no es necesario saber demasiado sobre la guerra entre IRA y UVF. En realidad el fondo de su cinta es mucho más universal que todo eso: trazar un cierto perfil psicológico de aquellos que viven bajo el peso de la culpa por haber matado, y el dolor de las víctimas “colaterales”. Así, una vez dispuesto ese escenario, Hirschbiegel lo llena de discursos más o menos sensatos, más o menos lógicos, a cargo de cada uno de sus personajes. Al proponer su película la reconciliación, si no mutua, sí para consigo mismos, para con sus conciencias, de ambos protagonistas, Oliver no puede evitar darle un toque ‘amable’ al final del camino. Por otro lado, su visión aparentemente despegada u objetiva de asesino y damnificado le lleva a una ecuanimidad cuanto menos discutible, aunque resulta difícil acusar de demagogo a quien narró como nadie los últimos días de Hitler en “El Hundimiento”.

Aspectos ético-morales al margen, sería imperdonable no hacer un inciso para alabar el trabajo de Neeson y Nesbitt, especialmente el de este último. Tal es la potencia interpretativo del norirlandés que, por momentos, toda la angustia y la rabia contenida que “Five Minutes of Heaven” transmite se sostienen casi exclusivamente por la fuerza de sus intervenciones. Puro nervio contenido. El contrapunto perfecto al siempre contenido Liam. Pero eso, que Hirschbiegel tiene una especial hablidad para dirigir (y escoger) actores, lo supimos desde el primer momento en que vimos a Bruno Ganz mutado en Führer crepuscular.