Qué poco queda de aquel Costa-Gavras adusto y solemne, siempre áspero, comprometido con mil y una causas, de “El sendero de la traición” y los tejemanejes del FBI a “La caja de música” y los asesinos nazis, de “Missing” y los desaparecidos chilenos a “Amen” y la callada por respuesta del vaticano ante el holocausto. Será cierto que con la edad todo se relativiza, que se ven las cosas con más filosofía –en el caso de Konstantin con más humor-. Porque el griego continúa preocupado por el devenir de la raza humana y sus circunstancias, pero ahora plantea sus cuitas desde un prisma cómico –aunque sea negruzcamente cómico, eso sí-. Si aplicó algo de sarcasmo a la “Arcadia” y el mundo empresarial, con esta “Edén al Oeste” hace lo propio con el drama de la inmigración. De hecho, si su protagonista, un polizón turco que ‘ameriza’ en unresort griego para turistas de posibles, fuese un clown verborreico, esa primera parte de “Edén al Oeste”, que muestra a ese Elias (Riccardo Scamarcio) tratando de escapar de la colonia turística, no distaría mucho de las gamberradas de enredos y malentendidos de Roberto Benigni, o de “El guateque” de Blake Edwards. Después, con Scamarcio pisando de lleno sobre las calles de Paris, Gavras abandona la distensión, aunque se mantiene alejado de los dramas desgarrados marca de la casa. Prefiere la ironía, la exageración o incluso el absurdo para enviarnos el mensaje habitual: la cosa está jodida y no tiene visos de ir a mejorar.
Es una forma como otra cualquiera de reinventarse, aunque haya quien vea en la nueva actitud de Costa-Gavras una cierta banalización de los temas que pone en liza. Pero sólo alguien muy cerrado de mollera o un soberano idiota podría colegir que en “Edén al Oeste” se ridiculiza al inmigrante y no a la tierra, a las gentes que le reciben, en general, de muy malas maneras. Quien llegue a la primera conclusión, definitivamente no ha entendido nada de nada.