Si ya hace cuarenta años la experiencia de escuchar a Kris Kristofferson, ver su estampa de outlaw, era emocionante y evocadora, si ya entonces tenía muchas historias que contar, muchas cuentas que ajustar con el mainstream, qué no podrá transmitirnos este Kristofferson de hoy en día, con los 70 bien cumplidos, la sien plateada y más aspecto de viejo cowboy que nunca. Una guitarra, una mandolina, una armónica y a recordar a los amigos que se fueron (“Good morning John”, para Cash), a honrar a los que aún están (preciosa dedicación de amor a Sinead O’Connor en “Sister Sinead”), dedicarle una suerte de ‘Palabras para Julia’ a sus hijos o, simplemente, a ejercer destoryteller con todas las de la ley, de puente, de tradición oral entre los días en que el humo del vapor del ferrocarril aún se respiraba en el ambiente y hoy, la era de internet y la despersonalización.
“Closer to the bone” es fronterizo por vocación y como el propio título anticipa, de una desnudez casi absoluta en sus formas. Un disco humilde, a imagen y semejanza de su autor, pero que guarda en esa misma sencillez su mejor baza: sólo escucharle en directo en un pequeño garito del midwest sería una experiencia más íntima que degustar en solitario el nuevo trabajo de uno de los últimos mohicanos. Cuestiones idiomáticas al margen, la sola voz de Kristofferson, su profundidad, transmite infinitamente más que mil discos del tan traído country alternativo. Y es que el bagaje, amigos míos, no se puede comprar, no se puede imitar. Hay que llegar a donde Kris ha llegado para poder volver la vista atrás y contarlo con la sola ayuda de un par de acordes de guitarra.