Dayn-Kurtz-American-StandardEl primer sonido que arroja “American Standard” es el repicar de un banjo. Perspicaz como pocos artistas,Dayna Kurtz bien sabe que no hay instrumento más idóndeo que ese para trasladar al oyente a los terrenos por los que su nueva obra transita: la música americana más añeja, más auténtica, del blues pantanoso al honky tonk, del country a la fanfarria de Nueva Orleans. A estas alturas, con tres soberbios discos a sus espaldas, ya no debería sorprender la capacidad de esta neoyorquina de pura cepa para embeberse de sonoridades en principio tan lejanas a los hijos de la megalópolis por antonomasia, pero el caso es que sigue asombrando esa habilidad suya. Dayna, sin embargo, afirma no ser ninguna purista, y el hecho de haber tocado unos cuantos palos musicales de aquél y de este lado del charco no hace sino reafirmar  su rechazo a comprometerse con ningún estilo en concreto. Hay pureza en ella, no obstante, en la profundidad de una voz que parece haber vivido el doble de lo que en realidad ha vivido; grave, potente, que puede permitirse saltar desnuda al ruedo en el apasionante minuto y medio de cappella de “You fine girl” para a renglón seguido reinar por encima del estruendo de vientos y coros de “Election Day”, el arrollador cierre de “American Standard”, celebración por todo lo alto del ‘cambio’ en la Casa Blanca.

Nuestra protagonista no gusta de ser etiquetada, pero entiende bien el sentimiento, el alma de cada estilo en que bucea. Nunca sobreproduce ni enfanga sus canciones con arreglos superfluos. “American Standard”, y  antes “Another Black Feather” o “Postcards from the…”, suena tan orgánico y visceral como los textos que hilvana esta poetisa frustrada que desde su apartamento de Brooklyn es capaz de evocar con formidable precisión el ambiente enrarecido, de bourbon y humo de cigarrillo, de cualquiera antro de Chicago (años 30) o el crepitar de la madera al consumirse en la chimenea de una cabaña de las rocosas mientras ella, mutada en provecta storyteller nos habla de algún amor que se quedó por el camino. Si la nostalgia se pudiera fingir o improvisar Dayna sería la más perfecta de sus ejecutantes y cortes como “Here comes a regular” su mejor tarjeta de visita, pero ya hace tiempo que entendimos que no hay nada fingido en ella, la discípula mas aventajada de Leonard Cohen. Es puro talento, sin más, y sola o en compañía de otros, tiene el don de conmover. Valiosa mercancía la que porta Dayna Kurtz en sus bolsillos en unos tiempos, estos, en que lo frívolo es moneda de cambio habitual y el corazón sólo un músculo más.