Ver “Yo, también” supone una importante cura antiprejuicios y de humildad, y no sólo por ser testigos del esfuerzo de Pablo Pineda al cargar sobre sus hombros con el peso de media película –uno ya contaba con eso-, las bofetada de modestia se la llevan los listillos que, como servidor, se acercaron a la cinta deAntonio Naharro y Álvaro Pastor presuponiendo, sospechando, que sus valores cinematográficos, incluso los argumentales, tenderían a cero y que todo sería una mera excusa para mostrar la proeza de un chico con síndrome de Down haciendo de actor. Pero una vez visionado el trabajo de Pablo y el de Naharro y Pastor es hora de sacar el cilicio y hacer penitencia. Puede que Pineda no sea actor, puede que ni siquiera él mismo pretenda serlo, pero actúa, y no sólo le pone toda la voluntad que esta empresa le ha exigido, sino que es mucho más capaz de transmitir emociones que la gran mayoría de amaiasalamancas, hugosilvas y compañía. Por otra parte, aunque “Yo, también” cuente la historia de de ese chaval discapacitado persiguiendo un amor imposible, lo meritorio del enfoque de sus autores es que, al fin y a la postre, la condición del personaje de Pineda llega a ser incluso incidental si se tiene en cuenta lo que realmente importa aquí: amores no correspondidos, o correspondidos sólo hasta cierto punto.
Pastor y Naharro no imponen el discurso políticamente correcto, sensiblero, del pobre retrasado que se abre camino en el mundo contra viento y marea, superando mil obstáculos. En “Yo, también” todas esas cuestiones se dan por sentadas y se despachan en apenas dos minutos de metraje; esta dupla de jóvenes directores dinamita esa losa rápidamente y se centra en relatar el hermoso encuentro entre Pineda y Lola Dueñas (¿la mejor actriz española de menos de 50 años?). En ellos se recrean Antonio y Álvaro, cámara al hombro, capturando miradas, guiños, siempre supeditados a una sola consigna: buscar la naturalidad… y encontrarla. Toda la que hay en la espontaneidad de Pineda y la calidez de Dueñas, y en una historia que huye de tópicos y sermones, que, sobre todo y por encima de todo, arrambla con preconcepciones como el mejor de los quitagrasas.