Aunque el título de camaleón del rock and roll lo ostenta per saecula saeculorum su alteza el Duque Blanco (David Bowie, para los despistados), el huraño Bob Dylan tampoco le va a la zaga al cantante de la mirada bicolor en eso de ponerse y quitarse chaquetas. El director Todd Haynes («Lejos del Cielo») parece ser muy consciente de ello, además de un perfecto conocedor de la vida y milagros del genio de Minnesota, por lo que, en vez de entregarse al biopic barato que siempre disgusta a homenajeado y fans por igual, ha optado en esta «I’m not there» por pelar el personaje de Dylan como una cebolla; despegar cada capa y construírle otras vidas, darle otros nombres para atacar por todos los flancos la personalidad de Zimmerman: del émulo de Woody Guthrie al padre famoso y negligente; del cantante de éxito con problemas de conciencia al poeta frustrado… Para cada faceta un actor (y hasta una actriz: la superdotada Cate Blanchett), y una advertencia que Haynes pasa por alto: abstenerse todos aquellos desconocedores o despreocupados de la figura del hombre que llamó a las puertas del Cielo, porque no entenderán un pimiento entre el ir y venir de rostros, sus discursos y los simbolismos varios. A ellos, a los inopiados, sólo les quedarán las canciones de la banda sonora (que no es poco), porque lo cierto es que en «I’m not there» ni siquiera se pronuncia el nombre de Bob Dylan. Jude Quinn, Jack Rollins, Robbie Clark, Billy the Kid… cada uno de ellos es Dylan y ninguno lo es. Sin embargo, la poca viabilidad de la cinta como atracción para las masas sólo es un problema siHaynes pretendía llegar a todos los públicos, algo improbable y que, además, es una de las grandes moralejas de esta figurada hagiografía: nunca llueve a gusto de todos, nunca se puede complacer a todo el mundo. Eso sí, nadie puede tampoco negar que el director californiano llevado a cabo un trabajo pantagruélico de montaje, que le ha regalado lo mejor de su imaginería y de sus formas a quien tanto admira.
Y no podemos saber si Cate Blanchett siente o no esa misma admiración por Dylan, pero la muy osada se ha metido en la piel del cantautor judío como si hubiera sido poseída por su espíritu. Lo suyo no es sólo expresión corporal, no es sólo una inaudita capacidad para el mimetismo; lo de Blanchett es talento en estado puro, es magia. Sin desmerecer a sus compañeros (Richard Gere, Christian Bale, el desaparecido Heath Ledger), pero es queCate brilla con demasiada fuerza. Nadie la puede tocar. Haynes se la ha jugado en todos los sentidos; con su guión, con su argumento, con sus vericuetos narrativos; pero con la Blanchett ha hecho saltar la banca. Ya se sabe, la suerte hay que buscarla. Bob Dylan se merecía algo más que un tributo que nadara en la vulgaridad y el tópico, y eso es exactamente lo que contiene «I’m not there»: algo distinto, algo valiente… algo más.