Parque-VíaLa mejor crítica que se puede hacer a la cinta de este mexicano, hasta ahora inédito en España, es sin ninguna duda también la gran cruz de “Parque Vía” y de los que nos situamos al otro lado de la pantalla. Con unas formas gemelas a las del muy vitoreado Jaime RosalesEnrique Rivero narra –más bien contempla- el transcurrir de los días en la vida de un viejo sirviente encargado de guardar una enorme casa deshabitada. Rutina al cubo, existencia mecanizada que Rivero captura hasta las últimas consecuencias. Inevitablemente, el tedio va creciendo en el espectador a medida que, como en la vida del tal Beto (Nolberto Coria), cada minuto que pasa se hace más largo que el anterior.

Rivero, no obstante –y he aquí otro punto en común con el mencionado Rosales- se guarda un giro final en forma de golpe seco y violento a nuestras retinas, justificación teórica de todo lo acontecido hasta ese momento, que le otorga a “Parque Vía” un cierto poso alegórico y sirve como metáfora de la ‘cosificación’ de las personas, la alienación y cómo una vez dentro de la rueda de la rutina, tarde o temprano se llega a un punto de no retorno. El animal de costumbres que no sólo no es capaz de renunciar a ellas sino que, sencillamente, ya no desea hacerlo porque son lo único que da sentido a cada amanecer.

Ahora bien, ¿pueden dos minutos de celuloide valer por los 80 que le han precedido cuando esos han estado repletos de la nada casi absoluta? ¿Merece la pena sentarse frente a una pared en blanco horas y horas sólo porque en el último segundo algo excepcional sucederá? Tal vez sí, aunque durante el visionado de “Parque Vía” ni siquiera se tiene la certeza de que estemos a punto de ser testigos de revelación alguna. En cualquier caso, todo queda a gusto del consumidor, como siempre, aunque, debilidades personales al margen, hay un título que sí se le puede conceder a Enrique Rivero: es un maestro retratista del tedio.