A falta de grandes revelaciones o del surgir de nuevos referentes, la década que acaba de abandonarnos bien podría pasar a las enciclopedias del rock como la de las resurrecciones más o menos insólitas, más o menos inesperadas. Cuando volvimos a ver a Iggy al frente de los Stooges, a los New York Dolls llevándoles a los recién llegados –y a los nostálgicos- la palabra de Johnny Thunders o a los Doors entonando una vez más “el fin”, supimos que todo era posible.
Pero hay reuniones y reunciones. Para las viejas glorias de los 70 y los 80 que volvieron a la vida, las motivaciones tenían el corazón partido entre las facturas por pagar o el capricho de millonarios maduros con mono de adrenalina. El caso de Alice In Chains, sin embargo, del todo análogo al otro gran coitus interruptus de los 90, Blind Melon, es muy diferente. Cantrell, Inez y Kinney, como Brad Smith y compañía, no bajaron la persiana por las típicas y tópicas ‘diferencias irreconciliables’, fueron causas de fuerza mayor, y eso siempre deja heridas laceradas que nunca cicatrizan del todo a no ser que alguien intervenga, que algo se mueva. Alice in Chains querrían haber seguido siendo Alice in Chains, querrían haber seguido portando la antorcha del grunge junto a los demás supervivientes de la era alternativa, pero Layne Staley tenía otros planes. Su vuelta a los ruedos era, pues, algo deseado; necesitaban cerrar el círculo y nadie puede acusarles de haberse conducido con fariseísmos ni afanes mercadotécnicos. Antes de plantearse siquiera entrar en un estudio de grabación, el nuevo cantante, William DuVall, pasó la prueba de fuego de una extensa gira en la que demostrar su capacitación para defender el legado de Staley. Y eso, capacitación, no le falta.
El resultado de “Black Gives Way To Blue” cumple, a medida que se suceden los cortes, todas las expectativas, las buenas y las no tan buenas: era de esperar que lo nuevo de Alice In Chains, con Layne ausente, se asemejara a los dos elepés que Cantrell facturó en solitario, material que, a buen seguro, gestó para ser puesto a disposición de su amigo. Su especialísima guitarra es, desde luego, parte protagonista, y la base rítmica de Inez y Kinney sigue conduciéndose de manera tan contundente como solían hacerlo. En cuanto a la elección de DuVall para tomar el relevo del malogrado Staley, antes que interpretarse como un afán suplantador, debe entenderse como una decisión fundamental para que AIC siguieran fieles a uno de sus sancta sanctorum: las armonías vocales marca de la casa no podrían funcionar con otro tipo de cantante. Así, una vez superadas las reticencias iniciales (siempre que uno quiera superarlas, claro) “Black Gives Way…” se revela como el álbum más melódico de Alice In Chains hasta la fecha. Sigue intacta la naturalidad con la que antaño se movían entre medios tiempos monumentales (“Black Gives Way To Blue”, “Your Decission”, “Private Hell”) y los estallidos cuasi metálicos (“Last of my kind”, “Acid Bubble”). Obviamente, los Alice de 2010 no tienen lo que no pueden tener: la claustrofobia opiácea de Staley, sus textos, la solemnidad de su presencia y su voz. Queda no obstante la estela de un disco sólido, brillante en casi todos sus lances; el disco de una banda que merece, como pocas, seguir adelante porque, a diferencia de lo que sucede con muchos otros, ésta sí que sigue siendo su época. ¿Acaso podemos permitirnos que talentos del calibre del de Cantrell sean enviados prematuramente al desguace? Por su honestidad, por los muchos palos recibidos, por todo lo anterior y por mucho más Alice in Chains se han ganado esta segunda oportunidad. Es de justicia (poética o no).