CaínLas buenas migas de Saramago y la Santa Madre Iglesia vienen de lejos. Su desdén personal hacia la religión católica y los profetas de ésta en la Tierra probablemente se remontan a la infancia de del provecto José, al momento en que tuvo conciencia de lo absurdo de unas doctrinas basadas en un libro, La Biblia, plagado de muerte, venganza y tortura. Por su parte, los próceres del Vaticano, nunca han perdonado al nobel portugués que ‘humanizara’ la figura de su Mesías en “El Evangelio según Jesucristo”. Si aquella era la respuesta de Saramago a los Evangelios, su nuevo asalto a la cristiandad tiene como objetivo el Antiguo Testamento. Acogiendo bajo su ala al maldito (por Dios) Caín, nos enfrentamos a una suerte de ‘grandes éxitos’ de esas viejas escrituras siempre apoyado en el talento innato de su autor para la ironía y su capacidad crítica, aptitudes que mantiene intactas a sus casi 90 años.

Con un ritmo trepidante, como si las palabras fluyeran en un torrente de reflexiones, diálogos y axiomas viajamos a placer desde los días de Adán y Eva hasta la demolición de la torre de Babel; del fratricidio frustrado de Abraham al cerco a Jericó. No deja títere con cabeza la pluma de Saramago y jamás da puntada sin hilo, poniendo sobre el tapete los horrores mil del libro más vendido y venerado de todos los tiempos. Mitad ficción, mitad realidad –realidad bíblica al menos- “Caín” es el desquite de un hombre para con quien no sólo empleó en su persona las artes del ojo por ojo, sino que también engendró en él dichos sentimientos vengativos: su dios.

No extraña, pues, que el ilustre Saramago haya despertado una vez más las iras vaticanas. Los sorprendente, lo triste del caso, es que sea un señor de 89 años quien tenga que llegar a hacer el trabajo sucio. ¿Quién pondrá los puntos sobre las íes cuando José no esté ya entre nosotros? ¿Dios proveerá?