El trovador sentimental de Nashville, Tennessee llega a este su quinto disco de estudio con las alforjas bien cargadas de naufragios sentimentales marca de la casa y el plus de emotividad, de introspección, que le otorga el haber sobrevivido en 2008 a un aparatosísimo accidente de tráfico. Will Hoge nació de nuevo y lo hizo, afortunadamente, para volver a sus andadas musicales. Ya desde su título, “The Wreckage” (“Las ruinas”) el último elepé de Hoge no deja lugar a dudas. No importa si por ‘ruinas’ se refiere al estado en el que quedó su osamenta tras el siniestro automovilístico o al desastre al que parecen abocadas sus relaciones con las mujeres. En su caso el orden de los factores, sean heridas del corazón o huesos fracturados, no altera en absoluto el producto. “The Wreckage” es el hermano pequeño del sensacional “Draw the curtains”, aunque sólo si nos guiamos por una cuestión puramente cronológica. En fondo, forma y contenido el último cancionero de Hoge sigue sonando a cruce de caminos entre Otis Redding y el Bob Seger más reposado. Will se aferra con fuerza a unas raíces hundidas a conciencia en la América profunda, el espíritu de Nashville flota de punta a punta del cd y, aun siendo perfectamente capaz de gestar hits potenciales de rock FM (“Even if it breaks your heart”, o la inicial “Hard to love”), el sancta sanctorum de su talento compositivo emerge inapelable cuando le invade la calma y deshoja uno a uno sus dramas de pareja en cortes cuyos títulos predisponen de por sí a la melancolía, por lo que pudo ser y no fue: “Too late, too soon”, “Where do we go from down”, “What could I do” o “Goodbye Goodnight”, mano a mano con la dulce Ashley Monroe, otra estrella emergente de la capital del country, dan buena cuenta del poder que alberga Hoge para emocionar a través de medios tiempos y baladas desarmantes.
La producción de “The Wreckage”, sabiamente orquestada por el ex Uncle Tupelo Ken Coomer se supedita en todo momento a la verdadera y única protagonista aquí: la voz cargada de soul de este treintañero con pinta de crápula bonachón. Coomer y Hoge aprovechan los recursos del estudio para decorar sutilmente las canciones de acuerdo a unos cánones muy marcados, sin estridencias ni boutades experimentales; canciones que Hoge podrá defender después con la sola ayuda de una guitarra y sus cuerdas vocales.
Es posible que los amantes de los ambientes másavant garde del Americana miren con ojos recelosos a Hoge y encajen su clasicismo como evidencia de una supuesta aversión al riesgo o la ‘evolucuión’. Craso error. Hoge se aplica a sí mismo el ‘zapatero a tus zapatos’ y apura al máximo sus dotes de intérprete allí en esos terrenos donde mejor se desenvuelve. Si nació como artista teniendo muy claro de dónde venía y hacia dónde iba, no se puede por más que celebrar su buena estrella. Él no tendrá que pasarse los próximos diez años dando palos de ciego y picoteando el trigo de otros para regurgitarlo en masas informes de imposible digestión.