Como los 100 metros lisos de Usain Bolt, el arranque del episodio piloto de “Dead Set” resulta tan explosivo que posibilita que la intensidad se mantenga, casi por inercia, hasta el quinto y último capítulo. Aunque hay algo que puntualizar: el concepto “serie” aplicado a esta producción de la BBC puede llevar a engaño; a pensar que, en el fondo, no se trata más que de un argumento equis estirado hasta donde sea posible por un grupo de sagaces guionistas. Nada que ver. La duración total de “Dead Set” apenas supera las dos horas y media, por lo que no deja de ser una película algo más larga de lo habitual. Pero película al fin y al cabo, tanto en su estructura como en la envidiable (y aquí ‘rememoramos’ nuestras producciones nacionales) provisión de medios.
Y bien, ¿de qué va este “plató muerto”? Imaginemos una edición más de ‘Gran Hermano’: histeria colectiva en los exteriores del estudio/casa, tejemanejes varios y lucha de mini egos entre los participantes de turno y frenesí en la sala de producción. De repente, una plaga de zombies comienza a asolar la pérfida Albión y da un más que inesperado giro a la situación. Los “grandes hermanos” quedan aislados dentro de su simulacro de chalet sin saber, en principio, qué demonios está ocurriendo extramuros de su vida artificial. Todo ello se cuece en los veinte minutos más frenéticos que ha engendrado la televisión mundial en mucho tiempo. El resto, la lucha por la supervivencia, discurre según los cánones del subgénero de muertos vivientes.
Charlie Brooker y compañía recrean con escrupulosa exactitud los detalles del inefable concurso, logrando una identificación instantánea del espectador con lo que la pantalla escupe. Es la casa de GH. Son los concursantes tipo, la misma presentadora… y esos zombies a los que nadie había invitado pero que avanzarán por las buenas o (más bien) por las malas. Una puesta en escena realística, formidable, para una idea tan simple como original que incluso tiene visos de encerrar dentro de sí cuestiones más profundas que el simple baño de sangre y vísceras, de muertos vivientes y víctimas aterradas. Un segundo escaneo mental del argumento y ciertos guiños del guión de “Dead Set” hace a la audiencia podría llevarnos a concluir que esos zombies son el propio público cegado por la televisión basura, deseosos de devorar (aquíi literalmente) a esos títeres que la caja tonta enseña; escrutar sus vidas, despedazarlos, y a por la siguiente presa…
No necesita, sin embargo, “Dead Set” de la coartada cuasi-filosófica para resultar en un producto altamente adictivo que pasa como una exhalación por delante de nuestras retinas, a imagen y semejanza de la relectura del subgénero de zombies que llevó a cabo Danny Boyle en “28 días después”.De hecho, la historia de estos desdichados concursantes de “la vida en directo” bien podría transcurrir paralela a la de los protagonistas de la cinta de Boyle. Por lo demás, la estética post-apocalíptica, la agilidad de movimientos de los no muertos, el desenfreno antropófago que acentúa el uso decámaras digitales e incluso el tipo de desenlace son hermanos gemelos de su cinta. Referencias inmejorables si de lo que se trata es de dejar exhausto al personal tras una orgía de vísceras, gritos y horror. Puro espectáculo. Lástima que esos zombies no crucen el Canal de la Mancha y se las arreglen para arrasar los estudios de ciertas series patrias. Hasta que llegue ese momento, tendremos que conformarnos con recreaciones sonrojantes de la vida y milagros de toreros y folclóricas… Eso, siempre que no tengamos a mano ese bendito invento llamado DVD.