Yôjirô Takita rompe con la mayoría de los tabúes y las reticencias asociadas a la muerte en “Despedidas”, y qué mejor que hacerlo desde las tripas de una funeraria. Daigo, un joven violoncelista, vuelve al pueblo que le vio nacer tras un fracasado periplo musical en Tokyo. Una vez allí conocerá a un anciano experto en el arte de adecentar cadáveres y, aunque con tremendas reservas, aceptará trabajar para él.
Takita conduce magistralmente a su personaje desde el rechazo frontal en sus primeros contactos con los difuntos, hasta la aceptación, la normalización en la percepción del tránsito hacia “el otro barrio”. “Despedidas” define categóricamente el miedo a la muerte como un simple, y entendible, temor a lo desconocido y a lo que se nos oculta desde niños. Así, toda vez que el protagonista de la cinta se sobrepone al frío tacto de sus “clientes” Takita nos deja contemplar a través de sus ojos esos rituales mortuorios tan sofisticados como hermosos, y las mil y una formas de reaccionar ante el ser querido de cuerpo presente. Dolor y tristeza, sí; pero también catarsis, gratitud, e incluso sonrisas. A pesar de su argumento “Despedidas” no es en absoluto un valle de lágrimas agorero y depresivo; muy al contrario, lasemociones de todo tipo se sucedenpara enfatizar ese clima de “normalidad” ante los muertos. Si no hay dos vidas iguales, tampoco dos muertes, ni dos muertos, ni dos entierros iguales.
Con el mismo tacto que imprime a su historia el autor, Kundo Kayama, Takita la filma, la narra y la musica. Plácida y acompasadamente, con un importante poso poético, como esos ritos de paso al otro mundo que ejecuta su protagonista. La muerte se torna obra de arte en manos del director japonés.