Entre los muros de una prisión femenina una anciana maestra de piano que ejerce su maestrazgo en tan complicado entorno tiene que lidiar con una reclusa con serios problemas para controlar su agresividad. Una veinteañera con la vida patas arriba y consumida por el odio que, sin embargo, es un prodigio si se trata de interpretar a Schumann o Beethoven. El choque de personalidades está servido y Chris Kraus lo estructura inteligentemente para desgranar un intenso tira y afloja emocional entre ambas mujeres, que tendrán que cederse mutuamente algo de su vida íntima, de sus secretos y sus miserias, para así encontrar el territorio neutral en el que cavar una trinchera de confianza.
Los cimientos argumentales de «Cuatro minutos» podrían llevar a pensar que la cinta de Kraus habla de la reclusión, que es una paradigmática historia de almas incorregibles en busca de redención (de redención musical, en este caso) y algo de eso hay, por supuesto, pero se incide más aún en la reconciliación, en el amor por encima de los pecados del pasado. Kraus lo hace midiendo sabiamente las dosis de ternura y de dolor, de risas y de lágrimas, sin cruzar la línea que separa el drama serio y realista del melodrama farragoso. Y es que muchos otros fracasan y van a darse de bruces contra el muro de la cursilería en lances parecidos al que él afronta. Al alemán sólo se le pueden reprochar unos ciertos atisbos de frialdad en sus personajes (especialmente en el de la vieja profesora) y en el devenir general del film. Será cosa del recio carácter teutón.