AjamiEsta pareja de realizadores israelíes debutan en el largometraje dirigiendo y firmando el guión de una suerte de híbrido entre la crudeza de los bajos fondos de “Gomorra” y la estructura narrativa de unas ‘vidas cruzadas’ para colocarnos al cabo de la calle de ciertos barrios palestinos donde no impera otra ley que la del ojo por ojo, diente por diente.

“Ajami” no entra en disquisiciones geopolítico-religiosas ni toma partido por árabes o judíos; aquí el peligro viene de parte de bandas mafiosas –de narcotraficantes- que operan con toda impunidad. Como en aquella “Punto y Raya” de 2004, en la que un soldado venezolano destinado en la frontera con Colombia se las veía con narcos, guerrilleros, paramilitares y ejército sucesivamente, en “Ajami” todos sufren el azote de la violencia de una forma u otra, venga de quien venga. Copti Shani transmiten el estado de ansiedad perpetua de todos los protagonistas, fotografiando certeramente barriadas inhóspitas donde la vida parece transcurrir tranquila, en una nebulosa de polvo y aburrimiento, aunque se palpa que el asesinato está a la vuelta de la esquina.

Si hubiera que tirar de lírica para describir “Ajami”ningún verso de poeta clásico alguno nos serviría, más bien aquel “there is no future” de los Sex Pistols, porque no hay futuro en el epicentro del terremoto judeo-palestino, como se hace evidente en este viaje de dos horas a la realidad de Nablus y alrededores. Áspero, muy áspero. Igual que tragar unos cuantos kilos de arena del desierto de Gaza, pero alguien tiene que hacer el trabajo sucio y por Mahoma, Jesús o Moisés que Scandar Copti y Yaron Shani han dado en su opera prima lo mejor de sí mismos. Aunque escueza.