Paranoid-Park“Paranoid Park” es absolutamente caótica en su estructura, a imagen y semejanza del diario adolescente que reproduce. Es narcisista y pedante a partes iguales, como no podía ser menos viniendo de ese icono del indie americano que es Gus Van Sant. Su misterioso asesinato en la vía de un tren mezclado con las cuitas de un joven skater tiene, no obstante, la virtud de ser retrato certero de esas criaturas que tanto fascinan a Van Sant: chicos de extrarradio, efébicos y desaliñados, hijos (ya casi nietos) de la Generación X. El de Kentucky domina su lenguaje y conoce bien la estética; de camino, nadie compila bandas sonoras más “modernas” que las suyas.

Queda la duda de si “Paranoid Park” puede aspirar a ser disfrutada y entendida por todo tipo de público o si sus códigos, su discurso, sólo van destinados a la misma clase de individuos que inmortaliza. A saber: el adolescente americano (o su sucedáneo europeo) que pasa de todo, excepto de su monopatín, sus zapatillas de marca y sus novias-clon de Avril Lavigne. Al menos River Phoenix en “Mi Idaho Privado” tenía un motivo para el pasotismo: la narcolepsia.