Hacemos-una-pornoQue Kevin Smith ha entregado con “¿Hacemos una porno?” su cinta más deslenguada y cafre desde los días de “Clerks” es un hecho. Que Kevin Smith ya no es ni será nunca más aquel jovenzuelo que con cuatro dólares, un par de amigos colgados y mucha mala baba de extrarradio americano parió una de las comedias americanas más influyentes de los 90 es un hecho tan o más irrefutable que el anterior, y es en gran parte lo que explica que “¿Hacemos una porno?” no llegue a estar a la altura de los mejores momentos de su autor. Porque, asumiendo que hacer parodias del porno amateur no es el colmo de la originalidad (tampoco lo era la vida y milagros de un dependiente de supermercado), lo cierto es que el argumento que Smith pone sobre la mesa asegura niveles óptimos de bestialismo y humor gamberro, pero también profetiza la cruda realidad: Smith es hoy por hoy un realizador bien acomodado en Hollywood y sus películas, en mayor o menor medida, han de responder a unos cánones. Esos cánones que dictan que esta historia de dos amigos y residentes en cualquier ciudad media de los Estados Unidos, que deciden meterse en el porno para solventar sus penurias económicas tendrá su lado ‘picante’ y a renglón seguido el colofón ñoño de turno.

“¿Hacemos una porno?” funciona como un mecanismo de precisión de la comedia más burra durante la primera mitad gracias a su intríngulis y a los sospechosos habituales en los repartos deKevin (a los que se vienen a sumar para la ocasión el gracioseteSeth Rogen y Elizabeth Banks), pero todo se viene abajo cuando el de New Jersey se pone meloso. Aunque el bajón en este caso no llega tanto por apelar al qué bonito es el amor y demás zarandajas, como por el hecho de que desde el minuto uno se ve venir la jugarreta de Smith. Haberse vuelto predecible resulta mucho más penoso que dejarse tentar por la comedia romántica del montón, y es por ello que su última película encierra por omentos lo mejor del hombre que creó “Clerks” o “Persiguiendo a Amy” para hundirse después en lo peor del tipo que urdió “Jersey Girl”. No queda otra, pues, que disfrutar sus destellos de macarra lúcido y correr una enorme y opaca cortina sobre todo lo demás.