Andreas Dresen destapa de un plumazo una de esas verdades ocultas en estos tiempos de adolescencia perpetua y sobredosis de botox. A saber: que los abuelos también follan. Que existe el adulterio más allá de los 65. Y la más oculta de todas: que las abuelas disfrutan del sexo como cualquier otro mortal y, entre otras cosas (¡horror!), incluso se masturban cuando la apetencia es mucha y la compañía poca. No se anda con remilgos Dresen. Si en Hollywood, o aquí mismo, el 99% de las producciones que retratan “relaciones” en la tercera edad lo hacen desde un absurdo platonismo, tirando de actores maduros-pero-interesantes (la reciente “Nunca es tarde para enamorarse”, con Emma Thompson y Dustin Hoffman es buen ejemplo de ello), en “En el Séptimo Cielo” contemplaremos a Inge (Ursula Werner) y su cuerpo sexagenario que ha cedido inevitablemente a la gravedad en escenas de cama tan crudas o tan naturales como las que protagonizaría el yogurín de la temporada.
Pero no se queda Dresen en lo anecdótico de su argumento, en lo más o menos insólito de esa premisa de amores otoñales. Eso habría sido un error de bulto, incluso reconociendo el arrojo del director alemán y lo valiente de sus actores a la hora de rodar según qué secuencias sin ningún tipo de complejos. Porque una vez desplegado el escenario, Andreas lo llena sabiamente de contenido desgranando el verdadero drama de esta “En el séptimo cielo”: romper con más de 30 años de apacible matrimonio; optar por el conformismo, o coger el último tren hacia la felicidad y el gozo. De repente la coartada sexual queda en un segundo plano cuando el objetivo se centra en esa diatriba que ha de afrontar el personaje de Ursula Werner y se abre así la puerta al drama sentimental con mayúsculas, cuasi bergmaniano, que en llegará aquí hasta sus últimas (y dolorosas) consecuencias.
Dresen, un tipo osado y honesto. Rara avis, sin duda. Como rara avis serán los que se dejen tentar por una película “de viejos” que se pasa por la piedra tabúes de parvulario.