La-ecuación-del-amor-y-la-muerteHay muchas maneras de glosar historias de amor en la gran pantalla, tantas quizá como historias de amor hay o ha habido en el mundo. Unas de las más redundantes, al menos en el celuloide, son las pasiones esquivas, cuando ella o él llegan un segundo tarde al lugar equivocado; cuando se sientan espalda con espalda imaginando que, en realidad, les separa un océano de distancia. Les pasaba a Amelie Poulain y su escurridizo chico del fotomatón, y Medem o Ki-Duk Kim saben un par de cosas al respecto. Sin embargo lo personal e intransferible de cada relación es lo que le concede a “La ecuación del amor y la muerte” su autenticidad, a pesar de incidir en esas bromas del destino. Aquí una chica taxista busca desesperadamente al novio perdido y en esa búsqueda no faltarán sobresaltos ni calamidades. Una búsqueda ansiosa y obsesiva encarnada por Xun Zhou como si de veras estuviera atravesando ese calvario amoroso que la lleva de la esperanza al colapso nervioso sin solución de continuidad, ganándose el cielo en un buen puñado de secuencias en las que su alter ego escupe su desesperación de amante abandonada.

“La ecuación del amor y la muerte” va de la nada al todo. Cao Baoping no hace introducción alguna de sus personajes, de su pasado o su presente, algo que, con inteligencia, deja para los minutos finales de su cinta, cuando lo importante, las idas y venidas de su heroína, llegan a su fin y sólo queda entonces descubrir los detalles. Lo que en un principio huele a confusión Baoping lo acaba remediando para que todo quede meridianamente claro. Esta ecuación de amor y muerte que propone el director chino se despeja a base del desasosiego y la pena que engendra en nuestros corazones esa chica desastrada y algo neurótica, pero adorable, que Cao ha imaginado. Puede que no sea la ecuación perfecta, puede incluso que la anarquía sobrevuele la narración, sin embargo lograr transmitir exactamente aquellas emociones que pretendía no tiene precio, incluso dentro del (supuesto) desorden.