Entre las muchas virtudes que José Saramago ponía de relieve en su «Ensayo sobre la ceguera» destacaba su capacidad para disparar la imaginación del lector por partida doble: el esfuerzo elucubrador inherente a toda lectura, toda descripción, y una segunda fuente de figuración al forzarnos a percibir el mundo tal y como lo hacían todos esos personajes que, de repente, habían perdido la vista; sentir su terror, su desamparo dentro de esas tinieblas lechosas que habían provocado en ellos la repentina epidemia de ceguera blanca. Era esa una batalla, sin embargo, que Fernando Meirelles debía dar por perdida de antemano al trasladar la novela a 24 imágenes por segundo. Nada es más poderoso que el libre transitar de la imaginación y, asumiendo eso, el director brasileño se ha limitado a plasmar en pantalla su propia interpretación visual del relato: en «Blindness» todo adquiere una claridad casi dolorosa. El blanco llena cada rincón, cada pared, cada trozo de cielo.
Así pues, finiquitado el enfoque estético general, queda el proceso más crucial de la adaptación; transmitir en un par de horas todo el espectro de emociones y sensaciones con las que Saramago nos golpeaba desde las páginas de su best-seller: horror, sordidez, suciedad, histeria, ira, impotencia… Meirelles lo consigue sólo en parte. La puesta en escena reproduce de manera aceptable las cotas de degradación física y mental que alcanzan todos los «infectados». Igualmente, el trabajo de una inconmensurableJulianne Moore aporta unos niveles de desgarro emocional a la altura de las circunstancias. Pero eso es todo. Meirelles obvia (es poco cinematográfico, debió pensar) las reflexiones interiores de los personajes, pieza fundamental no sólo para conocer sus distintas personalidades sino también para acercarnos a sus miedos más profundos. Es ahí donde la versión en celuloide de«Ensayo sobre la ceguera» naufraga de manera más evidente. La crónica de la brutalidad y el retorno a los instintos más salvajes que el premio Nobel portugués imaginó queda reducida a una suerte de thriller con trazas post-apocalípticas, efectista quizá, y cuya recepción variará muy mucho entre aquellos que hayan leído el texto original y los que no. Para estos últimos no asomará la sensación de estar asistiendo a una versión descafeinada, recortada y cuasi herética de un clásico de la literatura reciente. Y es que este órdago que se ha jugado el muy diestro director de«Ciudad de Dios» era demasiado osado como para salir indemne del trance. Aunque ya se sabe: el Olimpo es sólo para los más valientes.