Llevar un ritmo de trabajo como el de Ki-Duk Kim (unas dos películas al año) y mantener, además, siempre bien alto el listón del esplendor se antoja no sólo complicado, sino imposible. Seguramente los tipos como él, los creadores compulsivos, son perfectamente conscientes de que a cada golpe de maestría, a cada «Hierro 3», a cada «Samaritan Girl», han de sucederle sin remedio obras bastante menos inspiradas como esta «Aliento», última entrega del director coreano. En el nuevo trabajo de Kimpersisten las constantes vitales de su cine, ese mutismo que a veces roza la pura mímica, o su apetito por la plasticidad, aunque esta vez la historia que ha dado a luz sucede casi en su totalidad dentro de los muros de una cárcel, lo que, sin duda, le ha restado libertad de movimiento a la hora de disponer su arquitectura del plano perfecto, donde belleza y simetría son hermanas gemelas.
«Aliento» tiene menos potencial estético que sus predecesoras, pero también flaquea esta nueva historia de amor (Duk no sabe o no quiere hablar de otra cosa) en el corredor de la muerte cuyas cotas de intensidad pasional, esa manera enfermiza y obsesiva de querer que suelen tener sus personajes, tampoco llegan a los niveles a que nos había (mal)acostumbrado. Aquí y allá nos topamos con momentos dignos de este poeta de la imagen, pero la suma de todos ellos no es suficiente para colocar a «Aliento» entre las obras imprescindibles del autor de «El arco». Y es que eso, aliento, un soplo de aire fresco es lo que ya empieza a necesitarKi-Duk Kim; renovar ideas y planteamientos para no caer en el siempre peligroso autoplagio. Sea como sea, lleguen o no esos nuevos vientos a su cinematografía, lo que nadie duda ni por un instante es que los recibirá sentado tras la cámara. Como Woody Allen, otro adicto al trabajo de tomo y lomo, Kim se recupera de los fracasos (y de la resaca del éxito) a base de rodar y rodar… Mientras quede celuloide, y aliento.