Aunque el subtítulo de “Il Divo” reza “La extraordinaria vida de Giulio Andreotti”, lo cierto es que la cinta de Sorrentino se centra casi exclusivamente en los estertores de la carrera política del que fuese siete veces Primer Ministro de Italia. Sin someter su historia a un escrutinio lineal, sino más bien a base de flashes de la memoria, reflexiones y demás, “Il Divo” cincela el perfil deAndreotti entre la parodia y el sarcasmo, lo que al fin y a la postre resulta más que suficiente para introducir al espectador en la enigmática psique de ese tipo bajito y contrahecho con ínfulas cuasi divinas y sospechoso de haber cometido tropelías sin fin durante su eterno mandato, así como de la pléyade de personajes siniestros y caraduras varios que conformaban su cohorte. Y en el mismo tono sardónico de la película va la encarnación genial que del político hace Toni Servillo. Caracterizaciones al margen,Servillo mira, respira, habla y se encorva como el multi-procesado senador, conjugando en su actuación la fidelidad al modelo original con una evidente carga caricaturesca. Él es, qué duda cabe, alma máter de una producción que no pretende tanto hacer balance histórico como reflejar lo esperpéntico de la política italiana de entonces (mucho no han cambiado las cosas) y los tejemanejes de su cabeza más visible.
Sorrentino mira hacia atrás en el tiempo, pero otorga a su trabajo mimbres eminentemente modernos, le da un montaje ágil y eficaz e incluso una banda sonora que hibrida clásicos con soniquetes de la más rabiosa actualidad. Allí donde Els Joglars la pifiaban con sus excesos bufonescos en aquella semblanza de Franco que fue“Buen viaje, Excelencia”, el director napolitano y su equipo afinan mucho más la puntería y logran un sano equilibrio entre el rigor y la mofa.