Con el luminoso colorido de un pueblo remoto de Polonia y la fascinante lógica infantil, Andrzej Jamikowski narra con una riqueza formal apabullante la rutina asilvestrada de un crío que hace su particular agosto entre excursiones al río, barrabasadas en las vías del tren y, sobre todo, espiando desde las esquinas a un hombre a quien cree su padre.
“Un cuento de verano” es un canto al poder de la abstracción de los más pequeños para permutar realidades desagradables (la orfandad en este caso) por otras más compatibles con la felicidad. Jamikowski escruta la mirada azul de su mocoso y mil veces expresivo protagonista (Damian Ul) sin imponer más discurso que el de sus trastadas y sus fantasías.
Una cinta casi balsámica que, de camino, rompe con los tópicos visuales asociados a Polonia: paisajes grises, frío y depresión. Nada de eso tiene hueco en este cuento de verano.