Cuando la esquiva Lucinda Williams decide entrar en un estudio de grabación, y en ese sentido estos albores del siglo XXI están siendo especialmente prolíficos para ella, a nadie le cabe ninguna duda de que saldrá con un pequeño pedazo de historia de la música americana bajo el brazo. Si hace poco su comadreEmmylou Harris ponía en las calles ese calmo y otoñal «All I intended to be», Lucinda, que siempre fue más amiga de caminar por el lado salvaje, le da a su «Little Honey» un punto más de electricidad e incluso se atreve a hacer suyo el «It’s a long way to the top» de AC/DC.
Encorsetar a Williams bajo la etiqueta country sigue siendo tan insensato como ponerle puertas al campo. Si bien es capaz de traer de vuelta el espíritu de Hank Williams en la plañidera«Jailhouse Tears» (mano a mano con un muy inspirado Elvis Costello) o en «Well, well, well», no tiene demasiados problemas para enfundarse a renglón seguido el traje de blueswoman de taberna («Heaven blues»), marcarse temas de rock and roll fangoso a lo Creedence (la inicial «Real love», «Honey Bee»), sonar soulera («Knowing») o entregarse a la serena y bellísima introspección de baladones como «Plan to Marry» o «If whishes were horses» (otro dueto, aquí con Matthew Sweet).
Cerrar «Little Honey» con la ya mencionada versión de los hermanos Young, no es más (no es menos) que una contundente declaración de intenciones. Dicen que los viejos rockeros nunca mueren; y en el caso de Lucinda, Neil Young, Petty, Dylan,Fogerty, no sólo no mueren, sino que no se permiten ni el más mínimo traspié. Es cuestión de talento, sí; pero sobre todo y muy especialmente, de un sentido de la integridad artística que, por desgracia, ya se estila poco.