Ante obras del calibre de «El submarino» probablemente sobren las loas y los panegíricos y se imponga la simple genuflexión. Así, con las rodillas besando el suelo y los brazos alzados hacia la grandeza de Wolfgang Petersen constatamos que, si el objetivo último de esto llamado cine es lograr que tú y que yo no seamos más tú y yo, sino parte implicada en lo que vierte la pantalla; si ésa es la meta final de la fábrica de sueños, entonces Petersen es Dios, o al menos lo fue durante lo meses en los que filmó esta epopeya submarina de cinco horas -en su versión extendida- que pasa ante nuestros ojos veloz como un relámpago. Ésas son las consecuencias de la descarga de adrenalina: diluye las leyes del tiempo, y eso, adrenalina, es lo que transmiten las imágenes de Petersen, la misma que corre por las venas de aquellos lobos de agua a la caza de barcos aliados durante la II Guerra Mundial.
Para algunos «Das Boot» puede caer en la dicotomía moral de elevar a la categoría de héroes sobrehumanos a los soldados que servían a las órdenes del iluminado Hitler. Estúpida diatriba, en cualquier caso, porque las heroicidades y los despliegues de fuerza y voluntad no tienen bandera. El director alemán se limita a retratar a un grupo de hombres que ponen a prueba cualquier límite imaginable de la resistencia humana. Tipos pertrechados con las aptitudes mentales y físicas necesarias como para encerrarse en uno de esos sarcófagos de acero durante 70 días con sus noches; afrontando la atmósfera nauseabunda, la comida rancia, las embestidas implacables de las corrientes del Atlántico Norte, o las cargas de profundidad de un enemigo que, como ellos, no conoce la palabra piedad. Superman, Batman, Spiderman… meras florecillas silvestres al lado de los miembros de la tripulación de este U-Boot. Superhombres de piel dura que mejor habrían hecho en utilizar esa naturaleza privilegiada en tareas más provechosas que el cochino guerrear; pero eso es harina de un costal diferente que no nos toca abrir aquí. Al fin y al cabo «Das Boot» es una historia de guerra, con sus pocas (muy pocas) glorias y sus infinitas miserias, sin lugar al alegato de manual. Los propios rostros de esos jóvenes enviados al matadero sumergido son el más brutal de los alegatos.
Pero volvamos al interior del submarino. Petersen y su equipo encargaron construir las replicas más exactas posibles de ese pasadizo tubular de apenas un par de metros de diámetro donde dos docenas de hombres viven y conviven, pasando, casi siempre en décimas de segundo, del hastío de la rutina a la histeria del zafarrancho de combate. La claustrofobia está servida, y el sudor que provoca la humedad, y la horrible sensación de haber perdido la noción de los días y las noches. Vivir en una interminable penumbra amenizada sólo a veces por un par de discos que evocan remotamente el vino y las rosas que esperan en casa. La recreación de los entresijos de la vida en ese infierno subacuático es magistral e hiperrealista, y no se quedan atrás las numerosas secuencias bélicas. Se usaron maquetas, por supuesto, pero a una escala suficiente como para no transmitir en ningún momento la idea de cartón-piedra de otras cintas heroico-navales. Por su parte, el elenco se llevó también sus buenas dosis de sufrimiento:Petersen les negó la luz del sol durante semanas hasta que sus semblantes adquirieron la palidez que sus personajes requerían. La angustia de la estrechez ya se presuponía rodando, como se rodó, en unos sets cerrados casi herméticamente que apenas dejaban espacio para la cámara y el operador de turno. Como la tripulación que inmortalizaron, Petersen, sus actores y el resto de los implicados trabajaron sin descanso, casi hasta la extenuación, y el esfuerzo dio sus frutos. «Das boot» no sólo asombró a propios y extraños en los días de su estreno, sino que ese savoir faire ha hecho posible que no haya perdido un ápice de vigencia ni de capacidad para impactar casi treinta años después.
Lo dicho, hinquemos las rodillas ante Wolfgang Petersen y el poderío de su saga submarina. Después de este derroche de talento casi le perdonamos que se enredara con Brad Pitt y su Aquiles metrosexual de «Troya». Qué importa. Este hombre dirigió «Das Boot». Allá en el Vaticano reparten beatificaciones y mitras por muchísimo menos.