la-angustia-del-miedoVista y no vista. Así ha sido hasta día de hoy la carrera en el largometraje de Gerald Kargl . Una racanería creativa que no le impidió hace 25 años legar para los restos este perturbador viaje a la mente del psicópata que es «La angustia del miedo» , su primera y última incursión en el mundo del celuloide. El austriaco recreó unos asesinatos reales desde el exclusivo punto de vista del asesino. Pero el protagonista de «Angst» no es el típico psychomagnético y con un cierto toque galmouroso al que nos ha acostumbrado Hollywood. Ni siquiera es demasiado metódico o cerebral. Kargl nos presenta, a través de una narración despegada y objetiva al más puro estilo de «A sangre fría», a un ser en pleno frenesí homicida cuyos pensamientos y recuerdos traumáticos nos son revelados al tiempo que, como en una reacción causa-efecto, se lanza a su descontrolada bacanal de sangre. No es un enfermo ni un loco -al menos no clínicamente-; sino un terrorífico producto de unas circunstancias y unas vivencias que le han convertido en un yonqui del sadismo, que le han desprovisto por completo de la capacidad para empatizar con sus víctimas.

«La angustia del miedo» no es una cinta de horror, a pesar de que eso, el horror, satura buena parte del metraje. Las correrías rodadas casi en tiempo real de este cazador de humanos tienen mimbres de documento antropológico o, para los amantes de lo truculento, de voyeurismo mórbido. La atmósfera que Kargl crea es tremendamente sórdida y enrarecida. Además, el persistente uso de la snorry cam -que centra el objetivo en el personaje mientras el resto del plano gira a su alrededor- crea una cierto clima de irrealidad, de agobiante pesadilla que nos lleva de alguna manera a compartir la inquietud del psicópata. Esa ansia que sólo puede aplacar matando. En definitiva, Gerald Kargl nos pone cara a cara con una realidad que tratamos de camuflar con eufemismos y subterfugios: la maldad y la perversión que todo hombre puede llegar a esconder en los rincones más oscuros de su psique. Lo que más miedo da: que dentro de cualquiera de nosotros puede existir una bestia esperando a que un cortocircuito emocional la haga asomar.