Eran Riklis propone en “Los limoneros” la escenificación del conflicto palestino-israelí reduciéndolo al litigio entre una viuda cisjordana y su nuevo vecino, el Ministro de Defensa israelí, para dilucidar si aquélla debe o no desmantelar su plantación de limoneros para satisfacer las necesidades de “seguridad” de los escoltas del político. Un David contra Goliath en toda regla que pone de manifiesto la paranoia constante de los sionistas hacia cualquier cosa que huela a árabe y la toma de medidas desproporcionadas para procurarse una paz siempre ficticia.
Obviamente “Los limoneros” inclina la balanza de la simpatía, o de la compasión, hacia el lado palestino, aunque no cae Riklis en la trampa de los blancos o negros, los malos o los buenos. El director israelí itroduce personajes discordantes a ambos extremos del muro de la vergüenza: la mujer del Ministro, con serias dudas morales acerca de los métodos de su marido, o individuos siniestros en la orilla palestina cuya intransigencia (falso orgullo e Islam mediante) hacen del viacrucis de esa recolectora de limones un trago doblemente amargo. Esa dualidad es, sin duda, el gran atractivo de la cinta de Riklis, que cuenta además con el buen hacer de la actriz protagonista, Hiam Abbass.
Cine de temática político-social que no cae en demagogias ni partidismos claros. Una situación determinada mostrada con meridiana sencillez, unos cuantos seres humanos en liza, y que sean los del otro lado de la pantalla los que juzguen y saquen sus propias conclusiones. Es la manera más inteligente de denunciar cualquier injusticia.