A partir de una novela de Chuck Palahniuk, a la sazón autor de “El club de la lucha”, Clark Gregg desarrolla una cinta a todas luces fallida en su planteamiento que trata de bascular entre el humor negro y un cierto hilo dramático de incapacidades emocionales y demás hierbas, sin hallar en ningún momento el equilibrio necesario. La historia, sin ser en absoluto tan extrema como el celebérrimo club de los mamporros, presenta un personaje principal tan excesivo como poco verosímil. Ese Victor Mancini encarnado por el histrión Sam Rockwell (“La milla verde”, “Frost/Nixon”), un tipo adicto al sexo, hijo único de madre soltera y ex-fugitiva, que cree ser fruto de la clonación de Jesús, nos alecciona, voz en off mediante, sobre los sinsabores de la vida, como si de veras se tratase de alguien de quien debiéramos aprender algo.
Mancini tal vez resulte atractivo en negro sobre blanco, pero en su adaptación a la gran pantalla se antoja sobre todo como un superfreak, pariente cercano de esos con los que Wes Anderson gusta de plagar sus trabajos y que, si por algo destaca, es por sus salidas de tono algo escatológicas repartidas a lo largo de todo el metraje, propias de la comedia americana más gruesa. Ni que decir tiene que tanto chascarrillo de índole sexual/lúbrica anula por completo cualquier resquicio de profundidad en el relato de las desventuras del protagonista. Los traumas que supuestamente arrastra desde su infancia, el porqué de su búsqueda obsesiva de contactos genitales, todo ello se va por el agujero del retrete.
Si alguien saca algo en claro de “Asfixia” ésa es la tremendaAnjelica Huston, que lo borda como la madre demente del tal Victor. Aunque tampoco era necesario que llegase Gregg a mostrarnos lo magnífica actriz que es la hijísima de John Huston. De lo que no cabe duda es de que Anjelica hace más por “Asfixia” de lo que una cinta tan irregular hará por su carrera actual.