Mucho se ha versado en la gran pantalla sobre las cárceles y los encarcelados. Se han retratado las peores condiciones, los dramas más devastadores e historias mil de aquellos que van a dar con sus huesos en la ‘trena’. Pablo Trapero, que hace unos años recibió algo de atención mediática gracias aquella road movie gaucha llamada «Familia rodante», aborda en su nueva cinta un asunto, en principio, no demasiado transitado: madres que dan a luz entre rejas; hijos que pasan sus primeros años de vida a la sombra junto a sus progenitoras. Un tema ya de por si controvertido: ¿deben los niños estar en la cárcel? ¿es ‘humano’ privar a las internas de sus retoños? Trapero evita en la medida de lo posible hacer juicios de valor al respecto. Su película es la historia de una madre en concreto; una trayectoria vital concreta, la de Julia (intensísima encarnación de Martina Gusman) que es condenada por un crimen de sangre y ha de afrontar buena parte de su embarazo y el posterior parto entre los muros de su celda.
El relato de Trapero es durísimo. Lejos de suavizar la sordidez de ese poco salubre recinto penitenciario donde mora lo peor de cada casa, las marginadas del arroyo, potencia la sensación de claustrofobia, el ambiente insano. La protagonista, proveniente de una clase social que nada tiene que ver con la del resto de sus compañeras, se enfrenta primero al horror de la falta de higiene y los colchones devorados por las chinches y más tarde a las proverbiales pruebas de fuego de todas novata, pruebas siempre mucho más crueles si la susodicha lleva el estigma «de buena familia» grabado en la cara. A pesar de semejantes mimbres argumentales, sin embargo, la línea del melodrama o lo excesivamente lacrimógeno no se cruza en ningún momento.Trapero opta por un hiperrealismo contumaz, por la naturalidad. Los tramos más hirientes de «Leonera» golpean con fuerza en el estómago del espectador, pero hay espacio igualmente para los buenos momentos (hasta en el infierno es necesario desconectar), para el romance entre presas sin otorgar más importancia a las relaciones lésbicas entre reclusas que las que merece el contacto entre dos personas necesitando (y dándose) cariño. Y es que la honestidad es un valor cinematográfico a menudo subestimado. Este joven director argentino demuestra que con eso, con honestidad, con verdad, y unas mínimas aptitudes técnicas casi nada puede salir mal. Al menos hasta ahora, ésa receta a él le ha dado excelentes réditos.