Assayas relega al stand-by su querencia por el thriller modernista y factura un canónico drama sentimental en la mejor tradición francesa: clase social media-alta, profesionales liberales, muy bien vestidos y mejor instruidos, pero un tanto despegados a la hora de expresar los sentimientos. Assayas propone el reparto de una herencia entre tres hermanos, no sólo para entrar en el juego de los apegos interpersonales, sino también de los materiales; de los lugares, de los objetos que marcan la memoria emocional y a los que siempre llega el momento de decir adiós. Se enfrenta el pragmatismo de dos de los hermanos, partidarios de liquidar el patrimonio materno y dividir las ganancias, al romanticismo del primogénito, reacio a dejar atrás ese núcleo de recuerdos que es la casa familiar.
«Las horas del verano», de factura intachable, avanza a golpe de conversación; aquí y allá asoma la sombra de Rohmer, la de un Rohmer sin pretensiones intelectuales. Assayas ciñe esos encuentros fraternos al plano íntimo, con unos personajes, unos caracteres, perfectamente definidos de antemano. A ese respecto, el cine de Olivier ha ganado enteros en lo que se refiere a matizar y darles un alma a sus protagonistas, tal vez porque aquí no tiene que forzar situaciones para desembocar en balaceras ni crímenes. Después, Juliette Binoche, Edith Scob, Jérémie Renier y compañía hacen el resto.
Cambiar de registro no tiene por qué suponer un triunfo en si mismo; pero hacerlo y mantener la solvencia sí que es digno de encomio. De hecho, visto lo visto, tal vez el sitio del hijo de Jacques Rémy esté más en estos terrenos mundanos y realistas de «Las horas del verano» que en las intrigas rocambolescas que le han hecho famoso. Nunca es tarde para encontrar el sitio de uno en el mundo.