No deja de ser algo insólito el hecho de que un director de caché y buenos réditos en taquilla como Demme se desmarque de repente con esta “La boda de Rachel”, una película pequeña sobre ‘personas humanas’, que diría aquél, influenciada en fondo y contenido por los cantos de sirena del DOGMA escandinavo, con fuerte contenido emocional y no menos potencial dramático.
Una boda, la de la tal Rachel. Una ex yonki; la hermana de la casamentera, verdadera protagonista de la historia, diga lo que diga el título. La ex drogadicta, o la drogadicta en proceso de rehabilitación (usen los eufemismos a placer) tiene el rostro deAnne Hathaway, que madura como actriz al tiempo que lo hacen las temáticas de las películas en que participa. Su personaje vuelve a casa desde la clínica de desintoxicación para asistir a los fastos maritales de rigor, pero no pasa un minuto antes de que la reunión familiar derive en una cabalgata de reproches y miradas amargas a un pasado tirando a oscuro. La Kym que encarnaHathaway carga no sólo con su adicción sino también con un tremendo sentimiento de culpa (acaso ambas cosas vayan de la mano) y ha de enfrentarse a la boda perfecta con los invitados perfectos, la música perfecta… La visión de una felicidad inalcanzable, casi irreal para los que miran desde el otro lado de la barrera: los estigmatizados por el mal karma.
“La boda de Rachel” alcanza sus mayores cotas de emotividad en los ten con ten que Hathaway mantiene con unos y otros. Padre, madre, hemana… de todos lleva una espina clavada y, al mismo tiempo, ella es la espina de todos. A golpe de desahogo cuasi terapéutico avanza la última de Demme, que sólo cojea en la manera en que se han dibujado los detalles más superficiales de esa hija pródiga. Su aspecto, su maquillaje, incluso su habitación, decorada con cortinas negras y calaveras, apela al estereotipo más maniqueo, algo del todo innecesario cuando lo esencial en la descarriada Kym, su confusión, toda la inquietud que le corre por dentro, está perfectamente plasmado sobre el papel yrematado de manera ejemplar por el trabajo de Hathaway. Pecados veniales, en cualquier caso, si al final del camino el mensaje queda bien claro: como reza una de las muchas canciones que la banda sonora pone en liza, “perdónate a ti mismo y podrás perdonarme”.
Notable alto para Demme en esta visita, no se sabe si eventual, a los terrenos del cine sencillo y desnudo. Porque los Hannibal Lecter y compañía están muy bien; pero nunca está de más recrearse en los sentimientos puros y duros de vez en cuando. Sin artificios. Sin trucos de magia.Sólo una cámara cargada al hombro persiguiendo miradas y lamentos.